Capítulo dos: Negumi
“Ningún clan venera tanto a sus ancianos como el León, y
ningún clan tiene ancianos con tanto que enseñar”
Yuna meneó la
cabeza, incrédula. Sus compañeros se hallaban en su mismo estado, pero su caso
era distinto. Aún no podía creerlo, pensó.
Aún no podía creer
que hubiera sido engañada de tal manera.
Apenas se hubiesen
reunido los aspirantes, la comitiva se había encontrado con un vendedor
ambulante. Aunque inicialmente habían mirado con desinterés las baratijas que
ofrecía, las palabras de aquel hombre habían llamado su atención.
-
Observad,
oh samuráis, este amuleto de jade- les había dicho con voz misteriosa,
elevando un colgante- Se trata de un
artilugio muy valioso, que atraerá a las Fortunas y os protegerá del mal.
Marcará una diferencia en los resultados del Campeonato. Además, os prevendrá
de la Mancha;
no podréis estar más seguros de que los kamis estarán de vuestro lado…
La Mancha se trataba de un mal
que se adquiría en las Tierras Sombrías… donde había descendido Fu-Leng, el
innombrable, el noveno kami. La oscuridad de aquel lugar había sido tal que el
dios se había corrompido y se había convertido en el engendro del mal que era.
Las Tierras Sombrías
eran un lugar maldito, repleto de monstruos y siempre cambiante; corrompido por
el mal y que corrompía a quien estuviese allí por demasiado tiempo a través de la Mancha. Cuando
alguien la adquiría; se volvía débil, horribles pústulas cubrían su piel, y era
devorado por el mal hasta ser totalmente controlado por ella, volviéndose un
súbdito de Fu-Leng. Cuando un samurai adquiría la Mancha, normalmente tenía
dos opciones: o era ejecutado, o se le concedía el honor de irse a las Tierras
Sombrías para deshacerse de su armadura e inmolarse destruyendo a cuantas
criaturas malignas pudiese.
Lo único que podía
prevenir tal terrible acontecimiento eran los amuletos de jade. Tal material
absorbía la Mancha
antes de que ésta se posase en su portador, pasando de verde a negro en el
proceso. Cuando el amuleto se había vuelto totalmente negro ya no podía
proteger a su dueño, pero mientras daba tiempo a la persona a salir de allí a
tiempo y salvar su vida.
-
Yo
quiero uno.
-
Yo
también.
Todos se apresuraron
a comprar un amuleto de jade. Obviamente, ¡no iban a dejar que los demás
aspirantes tuviesen ventaja sobre ellos! Querían tener a las Fortunas de su
lado, no dejar pasar una oportunidad como aquélla. ¿Qué valía unas cuantas
monedas en comparación a aquel increíble artilugio?
“Aún no lo entiendo…”
Y es que, apenas se habían alejado
del puesto, todos habían caído en la cuenta de que les habían engañado.
Acababan de comprarse todos un amuleto de cristal verdoso y cobre de mala
calidad; y aún no entendían cómo lo había hecho el mercader. El orgulloso León
había dado media vuelta para exigir que le devolviesen el dinero; pero la
respuesta del mercader había sido que, si no estaba satisfecho, podía hacerle
una rebaja en un artículo realmente increíble que acababa de adquirir… Y el
Akodo, comenzando a caer de nuevo en el hechizo de las palabras de aquel tipo,
había comprendido que sería mejor retirarse antes de perder más dinero.
-
Alguien
se acerca- informó el shugenja, sacándolos de sus pensamientos.
Alzaron la vista, sí
se distinguía una figura en la lejanía, avanzando en su dirección mientras
arrastraba los pies.
-
Parece
una mujer. Yo diría que es una Grulla, pues su cabello es blanco …
Yuna frunció el
entrecejo, extrañada. Los Grulla eran cortesanos; especialistas en la etiqueta,
los duelos de honor, los poemas y la política. Era extraño encontrar a alguien
así fuera de la corte. Sin embargo, cabía la posibilidad de que estuviese de
viaje; aún más con el Campeonato Topacio trayendo novatos de todos los Clanes…
Sin embargo, cuando
se acercaron lo suficiente, no pudieron contener su asombro. En lugar de
encontrarse con una hermosa y distinguida dama de la corte, dieron con un
encorvado anciano de largas canas y ropa raída.
El shugenja no cabía
en sí de asombro por la magnitud de su error, pero nadie dijo nada. Hubiera
sido demasiado descortés.
-
Buenos
samuráis…- dijo el anciano con voz trémula mientras se inclinaba ante
ellos- Por favor, socorred a este pobre
anciano… Mi bolsa, con mis pertenencias, ha caído al río. Sus aguas son
demasiado rápidas para alguien tan débil como yo…
Echaron un vistazo
al río que había a su izquierda. En el centro del cauce flotaba una bolsa de
viaje, enganchada a una roca; por lo cual no se la llevaba la fuerte corriente.
-
Hemos de
llegar a nuestro destino cuanto antes, anciano- replicó Agasha-san.
-
Cierto.
Hemos de llegar al Campeonato Topacio- lo apoyó Yuna.
-
Pero
samuráis…- dijo el hombre desesperanzado- Y-yo creí…
El anciano les miró
suplicante, los consideraba su única esperanza de recuperar sus objetos; pero
las miradas de los guerreros no se ablandaron. Se trataba de un simple
campesino, que no debería distraerles de su verdadera misión…
-
Yo os
ayudaré- dijo sin embargo Akodo-san.
Sus compañeros le
miraron contrariados. Se suponía que viajaban juntos, por lo que se verían
obligados a esperarle. Ni siquiera el ronin quería quedarse a ayudar al
anciano, todos pretendían llegar a Otosan Uchi cuanto antes. Aunque habían
partido con días de antelación, si llegaban tarde a la cita, sus familias
sufrirían una tremenda deshonra; además de que perderían la oportunidad de
presentarse al Campeonato.
-
Tenemos
que ir al Campeonato Topacio- repitió Yuna sin disimular su contrariedad
mientras el León descendía por la pendiente que daba al río.
Como todo Escorpión,
Yuna era una mujer de ideas claras. Su misión en la vida era hacer lo mejor
para el Imperio, y lo único que estaba en sus manos ahora era conseguir mejorar
como samurai para ser útil a su Clan. Su objetivo primordial era ir al
Campeonato y procurar alcanzar una posición digna en él, ganarlo si era posible;
y cualquier otra cosa sería una distracción que podría valer o no la pena según
la situación. Ésta no la valía en absoluto, pensó.
Pero el Akodo no
escuchó y continuó su camino, dejando atrás su montura. La mujer resopló
molesta, pero se quedó a esperar junto a los demás; y todos observaron desde la
lejanía las andanzas de su compañero.
Tras examinar el
cauce, Yamato encontró una serie de rocas que le llevarían hasta la bolsa
perdida… Pero pronto oyó pasos tras de sí. El shugenja había descendido también
la pendiente, al parecer dispuesto a ayudarle. Si había terminado por sentir
lástima del viejo, o si había decidido no dejar al León parecer más compasivo
que él; nunca lo sabría. El mago se acercó al borde de la rápida corriente
cuando él ya estaba en la primera piedra, y para su asombro en lugar de
seguirle cerró los ojos.
Unos instantes
después, el agua que fluía a su lado comenzó a elevarse.
Con la respiración
cortada por la impresión, observó el fluido alzarse y formar una columna de
agua que le llegase hasta el pecho. Unos instantes después, desapareció. Tardó
unos instantes en comprender lo ocurrido: el Fénix había hablado con los kamis
de agua, los dioses de los ríos; probablemente preguntándoles por la
profundidad del cauce, oculto por las turbias corrientes.
Sin más, el Akodo
intentó saltar a la siguiente piedra, pero… quizá su concentración se había
roto con la súbita aparición, pues resbaló estrepitosamente y fue a dar al
agua.
En lo alto de la
pendiente, Yuna fue totalmente incapaz de reprimir una sonrisa burlesca, pero
pronto la borró de su rostro para apartar la vista. Ante una falta de etiqueta
o una torpeza por parte de alguien, siempre debía fingirse no haberlo visto.
Aunque la persona afectada sabía que todos lo habían visto, y todos sabían que
lo sabía… La burla abierta era tosca e impropia. La burla velada era mucho más
distinguida, y mucho más hiriente también.
El Akodo sacó la
cabeza del agua. Tal y como había revelado el kami, el nivel llegaba hasta su
pecho. Abochornado, procuró alzar la cabeza y avanzar estoicamente hasta el
equipaje del anciano, que terminó alcanzando y recuperando.
-
¡Mi
señor! Gracias, muchísimas gracias… No lo hubiera recuperado de no ser por
vuestra compasión- dijo el anciano, tomando sus pertenencias muy
afectado- Lamento tanto que os hayáis
mojado por mi causa…
-
No tiene
importancia- replicó el empapado samurai, con rostro adusto y cabeza
alta.
-
Pero no
podría dejaros marchar así, si pudiese… ¿Os importaría que os oficiase una
ceremonia del té?- dijo tanto para el Akodo como para los demás.
-
En
absoluto…
Yuna suspiró. Otro
retraso. Sin embargo, decidió participar. No ganaba nada esperando impaciente a
un lado del camino, y sin embargo tal ceremonia sí le reportaría beneficios:
retornaría su alma al equilibrio, otorgándole descanso espiritual y calma… Y lo
que es más, recuperaría el Vacío que hubiese gastado.
El Vacío se trataba
de una fuerza espiritual interior que todo samurai poseía en mayor o menor
medida. Gracias a esa fuerza podía alzar plegarias que alcanzasen a sus
ancestros, los cuales podían proporcionarle ayuda también a su través; procurarle
una temporal mejora a la hora de realizar tareas especialmente arduas, soportar
mejor sus heridas de combate o luchar con especial maestría. Tal conexión
requería la energía espiritual, o Vacío, del samurai; y a medida que se usara,
se gastaba. Sólo se recuperaba con una ceremonia del té o con meditación. Ella
no tenía conocimientos para oficiar ceremonias de ese tipo, ni era una
especialista en meditación: dependía de los demás para recuperar su Vacío. Así
que ¿por qué negarse?
En ese instante de
pensamiento captó algo extraño: el Akodo, a quien el anciano había pedido que
le alcanzase sus utensilios de la bolsa para oficiar la ceremonia, había
dedicado una sorprendida mirada al interior del macuto, había vuelto a mirar al
anciano, y de nuevo a la bolsa. Como si nada hubiese pasado, alcanzó los
enseres pedidos y se los entregó a su dueño.
Yuna frunció el
entrecejo, ¿se había perdido algo? No sabía si los demás lo habían visto
también. No sabía a qué podía deberse.
Ella nunca sabría
que, para el asombro de Yamato, el interior de la bolsa del anciano estaba
totalmente seca. A pesar del tiempo que había pasado en el río, de que el
exterior estuviese aún empapado. Quizá un refuerzo especial, quizá una pizca de
magia… Yamato no lo sabía, pero no preguntó nada.
-
Quizá…
fuera mejor preparar la ceremonia con mis utensilios- intervino el
shugenja, sacando sus propias tazas y bolsas de té.
-
Ah… Como
gustéis- respondió el viejo con algo de sorpresa.
Y es que todos
habían notado un ligero olor a moho procedente del té del anciano. Por tanto,
todos agradecieron mudamente el gesto del Fénix.
El mago poseía té de
la más alta calidad, y el anciano parecía bastante experto en la ceremonia. Durante
unos minutos compartieron unos momentos de paz y serenidad plenas. Pronto todos
recuperaron el equilibrio de sus almas, y embargados por una nueva calma se
prepararon para, por fin, continuar el camino hacia Otosan Uchi.
-
¿Hacia
dónde os dirigís, anciano?- preguntó Akodo-san.
-
En
dirección contraria a vosotros, aspirantes Topacio.
-
Tened
cuidado en vuestro camino, entonces.
-
Antes de
partir, quisiera daros una última muestra de agradecimiento.
Y de la bolsa del
anciano surgió una katana.
Todos miraron el
objeto, bloqueados por su muda sorpresa. Una katana era un arma sagrada y de
muy laboriosa manufactura, uno de los utensilios más caros de Rokugan. En el
Imperio, un koku se definía como el dinero suficiente para alimentar a una
familia durante un año a base de arroz, alimento principal de su dieta… La más
baja de las katanas rondaría los veinte kokus.
El anciano no aceptó
un no por respuesta del sorprendido samurai, que en silencio se atrevió a
desenvainar el arma y blandirla un instante en el aire. Advirtió sorprendido
que en cuestión de manufactura era incluso mejor que la suya, la que había
recibido en su gemppuku conteniendo las almas de sus ancestros. Y por la
expresión de su rostro, no fue una información oculta para el resto del grupo.
Todos miraron
totalmente sorprendidos al anciano. Yuna estrechó la mirada, cautelosa además.
¿Quién demonios era ese tipo? ¿Por qué un campesino no sólo era un experto en
la ceremonia del té, lo cual era raro pero plausible; sino que portaba una
katana? ¿Cómo se la había podido permitir, o de dónde la había sacado? Y lo que
era más, ¿por qué la regalaba?
-
Aún no
sé vuestro nombre- dijo el Akodo tras tragar saliva.
-
Podéis
llamarme Negumi- respondió con una tranquila sonrisa.
Era imposible que no
fuese consciente de las miradas escrutadoras de los guerreros. Pero, a juzgar
por su semblante, no parecía importarle ni incomodarle. Para los demás era como
si de pronto las etiquetas que habían puesto todos en el anciano se hubiesen
esfumado por acción de algún kami de aire travieso, dejando tras de sí un
enorme interrogante que no conseguían resolver.
Pero no había más
que tratar con el anciano, que se despidió cortésmente de los samuráis con la
misma profunda reverencia con que los había recibido. Ellos correspondieron a
su saludo, y le observaron marchar.
“Negumi”, pensó Yuna para sí.
El incidente con el
mercader, y ahora esto. Fue consciente de que no estaba prestando la suficiente
atención a su alrededor, y decidió actuar con más cuidado. También procuró que
aquel nombre permanecería en su memoria. Probablemente sería importante en el
futuro.
Pero Yuna era aún tan
inexperta…. Ni siquiera ella, procedente de una familia versada y basada en el
arte del engaño, se quedó con una importante lección de aquel día: nadie, nadie
es lo que parece. Ni siquiera un campesino, un anciano… No aprender aquello ese
día provocaría más adelante la peor de las experiencias de su vida.
Pero no ese día. Ese
día, continuó caminando hacia Otosan Uchi, hacia el Campeonato Topacio.
Apenas los jóvenes samurais dieron
la espalda al anciano, éste se transformó en una hermosa grulla que echó a
volar en dirección al límpido cielo. Si alguno hubiera vuelto la vista atrás,
si alguno lo hubiera visto; habrían sabido que aquel encuentro no había sido
casual. Que la Fortuna
de los Héroes se había cruzado en su camino, y por una buena razón. Que el arma
que ahora portaba Akodo Yamato no era en absoluto una simple katana.
Capítulo tres: "Otosan Uchi"
Capítulo tres: "Otosan Uchi"
Pues si me dices que mejora mas adelante, ¡esto pinta muy guay!
ResponderEliminarMe ha parecido tan chulo que incluiré algunos matices en mi siguiente partida (aunque sea de d&d ^^).
Los misterios, los interrogantes, y la manera de exponer las situaciones. Me gusta mucho como escribes ^^
Pero lo mejor, sin duda: el final, no me lo esperaba. Muy bonito como lo has descrito... ¡en serio!
A por el terceroo! :D
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Eliminar¡Gracias! ¡Me alegra mucho que te guste, y me honra que te inspire para tus partidas! Usa lo que quieras :)
Si te gustan los misterios, lo vas a flipar durante el Campeonato Topacio ^^