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El Comienzo de la Leyenda 1

 Primer capítulo de El Comienzo de la Leyenda
Capítulo uno: Encuentro
“El Imperio es más grande que cualquier hombre, incluso que el Emperador.
Rokugan existirá tanto como el hombre exista”

  El zumbido de los insectos a su alrededor, el pisar del caballo que la llevaba, el camino que había ante sí. Todo lo sentía, pero al mismo tiempo le era totalmente ajeno. En su mente resonaban aún las palabras de su sensei… despidiéndola, depositando su confianza en ella.
  Dirigía sus pasos hacia el Campeonato Topacio.
  Se trataba de una importante festividad en el mundo de Rokugan: un torneo en el que, cada año, competían aquellos que acababan de pasar su gempukku: ceremonia de mayoría de edad en la que cada samurai recibía su katana, arma donde se guardaban las almas de todos sus ancestros. El torneo de los novatos sería el comienzo de sus caminos como guerreros espadachines.
  Pero no era un simple festival, no. Se trataba de una serie de duras pruebas que serían de gran importancia para quien las superase. Todos sabían que tal campeonato tendría algún tipo de premio material, pero nadie osaba preguntar cuál… Porque los verdaderos tesoros que se conseguirían allí serían el honor y la gloria del vencedor, para él y para su familia. Al evento asistirían todos los Daimyos de los Clanes más importantes… y el mismísimo Emperador. Estarían en su presencia, les observaría demostrar su valía; y el vencedor del torneo… recibiría la enhorabuena del soberano. Nada podía otorgar más gloria a un samurai recién salido del cascarón.
  Sintió un estremecimiento, ni siquiera osaba pensar en ello. No se atrevía a pensar que quizá ella fuese la elegida, la vencedora del campeonato; la que pusiera a su Clan y a su familia por encima de las demás, la que recibiría los honores de ser felicitada por su Daimyo, por el Emperador… No osaba siquiera pensar en ello, era demasiado grande para asimilarlo.
  Y sin embargo, internamente pensaba que quizá fuese así. Y eso la hacía estar ausente, pensativa, con una levísima sonrisa de cierta esperanza asomando de entre sus labios. Acarició reverencialmente la empuñadura de su katana.
“Haré que la familia Bayushi se sienta honrada por mi causa”, se dijo cerrando los ojos un instante.
Bayushi Yuna era la mayor de las hijas de la tercera rama de la casa Bayushi, y llegaba casi a la veintena de edad. Llevaba un kimono rojo como la sangre, adornado con el mon del clan Escorpión en la parte derecha del pecho. Poseía rasgos característicos de una mujer samurai: un cuidado cabello negro azabache, recogido con un broche engalanado de perlas; pero tez menos pálida que cuanto indicaban los cánones de belleza de su gente debido al entrenamiento bajo el sol. Figura esbelta y sensual, mas brazos más fuertes que los de una cortesana. Una mujer guerrera, sin duda. Sin embargo, en ningún aspecto parecía basta o desgarbada. Como cualquier samurai, sus pasos nunca vacilaban, su porte era grácil y firme.
Como muchos Escorpiones, llevaba una máscara. En su caso había seguido el ejemplo de la bellísima dama Kachiko, esposa del Daimyo de su clan, decantándose por un velo rojo que semiocultara su misteriosa sonrisa. Y luego estaban sus ojos, regalo de las Fortunas según su madre. Sus ojos negros como la noche, que como los de todo Escorpión, parecían ver más de lo que debían; pero como los de pocas otras mujeres, destilaban con una sola mirada más sensualidad que un kimono entreabierto.
Gracias a aquellos ojos, Yuna había sido considerada siempre especialmente bella. No era una mujer voluptuosa que hiciera girar cuellos, sino más bien un sutil y brillante misterio que atraía atención de inmediato. Aquel don podría haber sido una herramienta muy útil en la corte, y sus allegados habían determinado que podría haber sido una cortesana sin igual. Sin embargo, ella se había decantado por el camino del acero. Y no había arrepentimiento en su alma, ni otro deseo que aquel en su corazón.
  Yuna detuvo su montura. Había llegado a una bifurcación en el camino… donde había más gente.

  De inmediato desmontó; y así lo hicieron también las otras cuatro personas que poseían montura. Era una increíble grosería estar montado a caballo si alguien presente iba a pie; y había una persona caminando.
  Clavó sus ojos en sus acompañantes, en un primer examen. Pronto los reconoció como samuráis, no tanto gracias a sus katanas como gracias a sus wakizashis; arma ceremonial que identificaba a quien la portase como tal guerrero. Y todos llevaban el símbolo de su clan en sus ropajes.
  Todos menos uno.
-         ¡Las fortunas me han sonreído al otorgarme tal maravillosa compañía!- exclamó el hombre que iba a pie- Me siento muy honrado de compartir el camino con samuráis de tal grandeza. ¿Puedo preguntaros si os dirigís hacia la ciudad de Otosan Uchi, al Campeonato Topacio?
-         Así es- respondió uno de los hombres que aún no conocía.
-         Yo también me dirijo a la ciudad… Permitid que me presente, mi nombre es Ginawase- dijo con una respetuosa reverencia.
-         Akodo Yamato- replicó devolviéndole el gesto.
Yuna clavó sus ojos en él. Se trataba de un joven de edad similar a la suya, de pelo y ojos oscuros; su barbilla cubierta por una cuidada perilla. Sus rasgos eran adustos, su aspecto impecable. Su porte reflejaba su orgullo y temple. En sus ropajes de tonos tierra y dorado reconoció el símbolo del clan León; a juzgar por sus palabras, al parecer dentro de él pertenecía a la familia Akodo. Mh… Tal como estaba la política entre Escorpiones y Leones, le traería problemas.
También observó a los demás; con curiosidad reparó en que se hallaba ante un Mantis, un Dragón y un Fénix… Sonrió para sí, levemente divertida.
“Parece que los dioses han decidido reunir a sus hijos antes de tiempo”, pensó.
  Contaba la historia de Rokugan que el dios Luna, Onnatangu; y la diosa Sol, Amateratsu; habían tenido nueve hijos, pero el dios Luna los había ido devorando para que no le quitasen el puesto de supremo gobernante. Amateratsu salvó a uno de ellos, emborrachando a su esposo y dándole una piedra en lugar de al niño; y durante el sueño que precedió a tal comida entrenó a su único hijo en el arte del Bushido, camino del samurai, para que pudiese enfrentarse a su padre y derrocarle. Al abrir su estómago, salieron todos sus hermanos; y los hijos de los dos primeros dioses cayeron a la tierra para dar lugar a los clanes de Rokugan. El salvador Hantei dio lugar a la dinastía de los Emperadores; y todos los demás a los clanes del León, el Dragón, el Fénix, el Escorpión, la Grulla, el Cangrejo y el Unicornio. Un clan descendiente de cada dios, cada clan con una función distinta.
  En el campeonato participaba un representante de cada clan, y al parecer los kamis habían decidido reunirles antes de tiempo. ¿Por qué razón?
-         Oh, un Akodo. Excelentes estrategas, llenos de fuerza. Es un honor conoceros- dijo Ginawase.
  El clan León. Encargados de la seguridad del reino, ejército del Emperador. Orgullosos, obstinados, fuertes; versados en la estrategia y el arte de la guerra.
-         Mi nombre es Mirumoto Kenjiro- se presentó el Dragón.
  Por su familia, obviamente un guerrero; pues los Mirumoto eran conocidos por su escuela de duelistas. Su afeitada cabeza contrastaba con sus pobladas cejas, que daban un aire feroz a su mirada. Vestía un kimono verde con un obi dorado, y tenía un aire ausente que Yuna identificó como el aura de misterio que rodeaba a los Dragones. Recluidos en sus lejanas montañas, se expresaban muchas veces mediante enigmas y normalmente rehusaban participar activamente en la vida cotidiana de Rokugan.
  El Fénix era un shugenja de la familia Agasha, su nombre era Inomaro. Debido a su familia, llevaba largos cabellos teñidos de blanco, al estilo de los Grulla; que resaltaban contra sus ropajes rojos estampados de fénixes dorados. Como shugenja, llevaba wakizashi, pero no katana. Los Fénix, dedicados a la contemplación de lo sobrenatural, eran conocidos por su sabiduría y por la poderosísima magia de sus shugenjas. El Mantis se llamaba Yoritomo Keita, tenía los ojos estrechos y mirada astuta; vestía de verde pero en una tonalidad distinta a la del Dragón. Yuna observó al último con curiosidad: los Mantis procedían de las Islas de la Seda y solían ser curtidos navegantes. Su gastada piel reflejaba el haberse curtido con la mar.  
  Sonrió para sí. Era su turno. Clavó sus oscuros ojos en el Akodo, con una mirada entre desafiante y divertida, antes de revelar su identidad.
-         Bayushi Yuna. Un honor conoceros.
  Aunque no había sido necesario que revelase su familia para desvelar a qué Clan pertenecía, pues tal como los demás llevaba en sus ropas el símbolo de su linaje, el León estrechó la mirada al encontrarse con la suya. También la de las demás, por supuesto. Tal como esperaba del encuentro con una Escorpión.

  Una de las premisas más arraigadas entre Rokugan era: “no confíes en un Escorpión”. El Clan Escorpión se consideraba a sí mismo como el verdadero protector del Imperio, y su máxima prioridad era la prosperidad de las tierras del Emperador. Nadie podía negar su inestimable lealtad hacia ello… lealtad que no tenía límite alguno.
  Se decía que un Escorpión haría lo que fuese; fuera o no honroso, fuera o no glorioso, fuera o no lógico, doloroso o destructor para los demás; si con ello se salvaguardaba el Imperio. Se decía que si por tal causa debían asesinar niños, atentar contra sus compañeros o contra todo el resto de Clanes, lo harían. Por el bien del Imperio.
  Nadie sabía hasta dónde podían llegar, y por ello se les temía. También se les consideraba, en mucho, de lo menos honroso que había en el mundo de los samuráis: no importaban los medios que utilizasen para conseguir sus fines, que consideraban justificados. Traficaban con la información, que era su mejor arma; y el secreto su mejor escudo. Fríos, calculadores, distantes… Y, por otra parte, cínicos y pesimistas en su fuero interno. Convencidos de que, si el Imperio se mantenía, era gracias a que ellos conjurasen y asesinasen; para ellos el mundo era algo impuro y vil por no poder prosperar tan sólo con el honor y el valor de sus habitantes. Pero alguien tenía que mantenerlo en pie, y habían decidido ser ellos.
  Pero mientras miraban a la joven, los samurais tan sólo pensaban simplemente que no debían confiar en ella. Las artimañas, los objetivos y los sentimientos de los Escorpión, eran tan sólo conocidos por los Escorpión. 
-         No puedo sentirme más halagado por hallarme en la compañía de los aspirantes al Campeonato Topacio- dijo Ginawase con una profunda reverencia- Ya que compartimos destino, ¿os importaría que marchase a vuestro lado hasta Otosan Uchi?
  El ofrecimiento no fue recibido con entusiasmo. Ginawase recibió miradas despreciativas por parte de los samuráis, y varias respuestas poco acogedoras.
-         El camino es de todos- replicó el Fénix.
-         Cierto. Si es vuestro deseo caminar tras nuestra estela, adelante- dijo con desprecio la mujer samurai.
-         Por supuesto, me sentiría muy honrado de tener vuestra compañía.
  Los aspirantes miraron al León, que tan afablemente invitaba a Ginawase a caminar junto a él. Pero nadie dijo nada, y continuaron camino. El hombre agradeció el gesto al Akodo ofreciéndole un sake que, a juzgar por el forzado rostro del joven al probarlo, debía ser poco más que un agua sucia y mal especiada; sin embargo el muchacho alabó la bebida del guerrero y le preguntó por su experiencia, tomando una posición de humildad ante alguien que, a juzgar por sus siguientes palabras, al parecer había combatido en muchas batallas importantes.
  ¿Cuánto de eso sería verdad?, pensó Yuna con desinterés. Miró a Yamato-san con bastante más curiosidad y un deje de incomprensión. ¿Qué demonios estaba haciendo? Ginawase no llevaba en sus ropajes el mon de ningún Clan… obviamente se trataba de un ronin. Alguien que una vez fuera un samurai como ellos, pero que hizo algo tan deshonroso que fue expulsado de su Clan y condenado a errar por un mundo que lo despreciara por su pasado.
  En la sociedad de Rokugan, un ronin estaba bastante por debajo de cualquier otro samurai, por novato que fuese; apenas era algo más que un campesino. Aunque se le respetaba como samurai, era de lo peor dentro del grupo de los seguidores del Bushido. Una pequeña afrenta que pudiese ser motivo de un duelo reparador de honor en cualquier otro samurai, normalmente un ronin la dejaría pasar. Su rango era menor.
  Y Yamato-san, orgulloso integrante del arrogante clan León; admirando relatos sobre guerras en las que Ginawase parecía haber combatido, admitiendo sosegadamente su inexperiencia ante el guerrero y agradeciendo en voz alta a las fortunas su compañía. Yuna hizo un mohín de disgusto y apartó la vista, con un deje de desprecio en su gesto. Decidió dejar de prestar atención a su compañero León, aunque sólo fuera por dejar de sentir vergüenza ajena.

Capítulo dos: "Negumi"

3 comentarios:

  1. Largo tiempo ha pasado desde que los nombres de los clanes resonaron por mi cabeza... ¡Que bellos recuerdos!

    Es agradable leer algo como esto, buena presentación, estupenda escritura... y lo mejor, ¡voy a por el segundo!

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    1. Gracis Arzhis! Los comentarios me animan a continuar. Ahora tengo un batsímbolo que coser, pero probablemente luego me ponga a terminar el capítulo 8 :) ¡Gracias por el apoyo!

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  2. ¡Pues que te animen mucho mas! Y si lo que necesitas es apoyo, mio lo vas a tener ^^

    PD: quiero ver ese batsímbolo xD

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