Frases Aleatorias

El Comienzo de la Leyenda 4

  Los dos días anteriores al Campeonato, empiezan a verse ya intrigas e intenciones ocultas; y no sólo de los Escorpión. Desventajas reveladas. Planes empezados :) Ah, me encanta esta historia. 
  Dedico este capítulo al que es entre otras cosas mi lector principal, mi compañero héroe, mi crítico literario y mi compañero de entrenamiento....Trrrrrrr: Fire rising. Vaya, vaya. Has ganado unos cuantos títulos últimamente, ¿no? ^.^
  Me he tomado la libertad de dar razón a la obsesión de Yuna, cosa que no ocurrió nunca en el rol original. El diseño del fuego sobre la sombra surgió de la mente de, como no podía ser de otra manera, Fire rising.
Capítulo cuatro: Último Entrenamiento
“Mientras tú descansas, tu enemigo practica”

  Terminada su visita al lugar del torneo, los samuráis decidieron separarse y vagabundear por las calles mercantiles de Otosan Uchi. Por todas partes había carretas y puestos con enorme variedad de productos, y pronto todos encontraron algo digno de su atención.
-         ¡Oh, honorable samurai! ¿Querríais echar un vistazo a mi mercancía?- ofreció un vendedor a el shugenja Agasha Inomaro- De seguro una máscara le será útil, mi señor; en la corte todo el mundo las lleva…
Era cierto. La corte era un lugar de secretos e intrigas continuas, y muchos de sus integrantes eran capaces de leer los labios y con ello obtener información de conversaciones ajenas. Muchos habían adoptado el uso de máscaras, por supuesto hermosamente elaboradas, para mantener sus conversaciones privadas como tales. En ello merecían una cita especial el Clan Escorpión: todos los integrantes de la familia Bayushi llevaban siempre una máscara con lo que cubrir sus labios. Entre los Escorpión que llevaban máscara, era algo de vital importancia; muchos preferían ser vistos antes sin su daisho que sin su máscara.
Inomaro recordó que el posadero Escorpión portaba una máscara blanca que cubría la parte superior de su rostro, dejando sus labios al descubierto. Y no había visto a la aspirante Escorpión sin su velo rojo oscuro, sin aquel trozo de seda sujeto por una cinta que pasaba sobre su nariz y bajo sus ojos y que parecía atarse por debajo de su negra melena. Sintiéndose en desventaja, compró una, aun sin estar seguro de si se la pondría: no era propio de los sabios y poderosos Fénix ocultarse en las sombras como los Escorpiones.
  Unos puestos más lejos, Akodo Yamato miraba con atención los pergaminos que un mercader abría ante él. Llamó su atención aquel que narraba la historia de la batalla del paso de Shinomen, donde la familia Akodo había logrado una gran victoria. Pronto pasó a formar parte de su colección.
  Bayushi Yuna no se entretuvo en curiosear qué compraban sus rivales. Ya desconfiaban de ella, de poco le serviría revolotear a su alrededor más que para que recelaran aún más de ella. En su lugar, caminó resuelta a través de los puestos, en busca de un accesorio en concreto. Y lo encontró. Sus oscuros ojos quedaron prendados del puesto, y por unos instantes no hizo otra cosa que sonreír.
Abanicos. Una profunda debilidad de Bayushi Yuna eran aquellos hermosos y delicados objetos, cuidadosamente pintados a mano; y que con tanta elegancia escondían sonrisas, susurros y miradas…

Una vez, cuando era niña, se perdió jugando entre los pasadizos del hogar de su familia. Terminó apareciendo en una sala que no conocía; pequeña, cuadrada, que no parecía tener salida. Había centenares de velas encendidas en el centro de la habitación, iluminándola con su tenue luz. En cada una de sus cuatro paredes había un estante donde descansaba un objeto; excepto en la tercera, cuyo estante estaba vacío. Los infantiles ojos de Yuna observaron el primer objeto… y ya no se movieron de allí. Se trataba de un abanico desplegado, el más hermoso que hubiera visto nunca.
Era negro y brillante como el ébano pulido, como la noche más oscura. En su centro nacían pequeñas y lánguidas llamas, que iluminaban tímidamente la sombra. El sinuoso dibujo del fuego había sido trazado en distintas tonalidades de rojo, y era tan detallado, que a la titilante luz de las velas las llamas parecían moverse... Sí, se movían. Aunque muy levemente... Las llamas ondeaban y se abrían paso en la sombra, para después languidecer contra la oscuridad... Oía su crepitar, sentía su agradable calor en el rostro. Parpadeó, y sobre su superficie resplandeciente atisbó fugazmente formas en movimiento, un danzar sinuoso de sombras y luz. Las vio crecer, y volver a empequeñecerse, para crecer más después... Sintió un susurro en su mente, como una canción lejana. Las llamas crecían...
De pie, inmóvil y sin apartar los ojos de la reliquia; le habían contado que la encontraron muchas horas más tarde. No recordaba haber oído a través de las paredes las voces apremiantes de los Escorpiones y sirvientes que la habían estado buscando todo aquel día, ni que su padre hubiera aparecido en la habitación a través de otro de los pasadizos. No recordaba que él la hubiera ordenado ir con él, ni que ella hubiera ignorado la orden. No recordaba en absoluto su propia salvaje rebelión cuando su padre intentó arrancarla de aquel lugar, ni cómo él había terminado agarrando su hombro y provocándole un sueño obligado e ineludible. Sólo recordaba la imagen de aquel abanico. Ecos de esa imagen fueron la neblina de los días siguientes, los pasadizos que había intentado volver a recorrer y que había encontrado derrumbados o tapiados. Días después, volvía a ser ella misma, pero el recuerdo del abanico la hacía andar en sueños en su busca. Semanas después, los vívidos sueños cesaron. Pero el anhelo por el abanico se había encendido en su corazón, y ya nunca más se apagaría. Incluso años después, había noches en que veía su oscura forma, y despertaba sintiendo que algo muy importante le faltaba.
Cuando creció, antes de su gempukku, su padre le había explicado aquella experiencia. Había aprendido lo que era un Nemuranai, un objeto en el que residían los kamis, dotándolo de poderes inimaginables. No supo cuáles eran los poderes del abanico en manos de un portador digno, pero sí aprendió que sin portador sus efectos eran impredecibles. Había comprendido que su mente infantil e inexperimentada había sido incapaz de resistir la presa de su hechizo, y que tal encanto permanecería en su corazón probablemente durante toda su vida. Pero ya siendo casi una samurai-ko, también sabía que era más que capaz de controlarlo. Ya casi adulta, ya siendo capaz de comprender y de resistirse, su padre le prohibió que volviera a buscar la sala de reliquias de la familia, le prohibió que intentara volver hasta aquel objeto; y Yuna nunca había roto su promesa.
Pero desde aquel día, los abanicos eran su secreta obsesión. Quizá parte de sí había aprendido a apreciarlos totalmente. Quizá parte de sí anhelara reemplazar el maravilloso objeto inalcanzable. Por ello en su hogar poseía una deliciosa colección, de la cual los mejores ejemplares estaban entre su equipaje; pero ella necesitaba más. Quería más.

Y allí estaban, dispuestos sobre una ligera esterilla; preparados para que sus dedos los acariciasen, para que sus ojos se deleitasen con sus magníficas estampas…
“Sólo uno, Yuna”, se advirtió severamente, tragando saliva.
  Era una aspirante al campeonato Topacio. Tenía que ser comedida, controlarse a sí misma. Así que se acercó despacio, con los ojos clavados en la mesa y tragando saliva al pensar cuál elegiría. ¿Aquel con flores de loto? ¿O el de color verde pálido? Oh, el negro resaltaría sus ojos…
-         ¡Oh, altísima samurai-ko!- exclamó el mercader, inclinándose profundamente ante ella- Me honra tanto vuestra presencia, sed bienvenida. Por favor, ¿aceptaríais un obsequio de un simple campesino?
  Y para su enorme asombro, le tendió un abanico.
-         Un hermoso presente para una hermosa dama- dijo con una amable sonrisa.
  Yuna le miró sorprendida y bajó la vista hasta el objeto. Era negro, con los mones de los Clanes principales en blanco en la parte exterior. Sería perfecto para ir a la corte, donde se encontraría con gente procedente de otras familias. Y era hermoso, muy hermoso. Obsequió al campesino con una enorme sonrisa; pocas cosas podían haberla hecho tan feliz en ese momento.
-         Os agradezco mucho vuestro amable gesto. Tened- dijo, entregándole dos bus.
  Un bu era una quinta parte de un koku. Para ella no era mucho, pues su familia era bastante adinerada; pero sí lo era para un campesino. Éste agradeció su gesto profundamente, inclinándose una y otra vez. Yuna aceptó sus agradecimientos y se marchó de allí, feliz por su nueva adquisición y sintiendo que había hecho algo bueno.

  Akodo Yamato apretó fuertemente la empuñadura de su arma. Su corazón palpitaba fuertemente en su pecho, al tiempo que sus ojos examinaban a su oponente en busca de un punto débil, una abertura, una distracción.
  La encontró.
  Apenas Mirumoto Kenjiro volvió a abrir los ojos tras parpadear, se encontró con el León abalanzándose sobre él… Y no tuvo tiempo de apartarse.
  Un suave golpe en su hombro lo identificó como el perdedor del duelo. El Dragón bajó su boken, la espada de madera que se utilizaba en los duelos de entrenamiento, y se inclinó ante el Akodo; que correspondió a su reverencia.
  Ambos samuráis habían regresado a la posada a una hora similar, y al encontrarse habían propuesto entrenar juntos para el torneo. Todos conocían las pruebas de que constaría, y muchos estaban dispuestos a intentar mejorar sus puntos débiles antes del gran campeonato. Entre tales estaba el iaijutsu, arte del duelo. Tanto Dragón como León estaban versados en el kenjutsu, como cualquier samurai; la lucha abierta y el iaijutsu no eran lo mismo en absoluto.
  En un duelo no era tan importante herir al contrario, sino la gracia y la precisión de los movimientos. La mayor parte del combate consistía en un exhaustivo estudio del contrincante, intentando visualizar sus puntos débiles; y concentrarse. Aquel que perdiese la concentración sería el que recibiera el primer golpe, y con ello quien perdería. También se podía perder, de forma honorable, si antes de entablar combate uno de los rivales advirtiera que el otro era mejor y lo admitiese abiertamente. Era honroso ceder al rival la oportunidad de concentrarse primero, ya que conllevaba una cierta desventaja; y también estaba bien visto que los golpes otorgados fueran ligeros; pues debían ser más simbólicos que dañinos.
  Así era al menos en los duelos a primera sangre, los más habituales. Pero también existían los duelos a muerte. En ellos, los golpes no se detenían tras el primer ataque. No tenían el simple objetivo de quedar por encima del rival: debían sesgar la vida del contrincante. Las reglas eran las mismas, pero tras la primera sangre se pasaba al kenjutsu, hasta que uno de los contrincantes muriera. También resultaba honorable admitir la valía de tu enemigo antes de comenzar la lucha. En ese caso, la retirada venía siempre acompañada del seppuku, el suicidio del samurai, que se abría el estómago con su wakizashi como último gesto de honor.
  Pero éste no era el entrenamiento de los aspirantes. Ni Kenjiro ni Yamato morirían ese día; de hecho, su duelo ni siquiera había sido real. Tan sólo un simple entrenamiento.
-         ¿Queréis ahora practicar el go? Tendremos una prueba el segundo día del campeonato.
  Dejaron los boken a un lado, y abandonaron la sala de entrenamiento. Habían tenido la suerte de que Shoshuro Ukio tuviese un personal interés en el iaijutsu, y que les hubiera ofrecido su dojo privado para el entrenamiento. También había tableros y piezas de go en cada habitación. Las instalaciones de la posada eran indiscutiblemente perfectas para los aspirantes.
  León y Dragón habían establecido ya entre ellos un vínculo, si no aún de amistad, por lo menos de camaradería. No era de extrañar. De entre las pocas personas que conocían en la ciudad, ambos eran los únicos que no eran shugenjas, y más importantemente que no eran Escorpión: había entre ellos más cosas en común que con los demás, y en cierto modo sentían que podían confiar en el otro hasta cierto punto. No era algo que ocurriese por ejemplo con la mujer Escorpión, o con Ukio. El Mantis había desaparecido de su lado desde antes de que entrasen en la taberna, y el entrenamiento de un shugenja era demasiado diferente al de un guerrero samurai común.
  Apenas salieron del dojo se cruzaron con Yuna, que parecía hablar con una doncella. Llevaba consigo un abanico negro con adornos blancos, y sujetaba un hermoso kimono de seda que probablemente fuese nuevo. Ambos parecían ir a juego, aunque los hombres no podían sospechar cuál había sido comprado para adornar al otro.
-         Akodo-san, Mirumoto-san…- les saludó con una inclinación de cabeza.
-         Bayushi-san…- correspondieron con neutralidad.
  Y continuaron su camino. Ninguno de los dos sentía especial cercanía por la mujer samurai, pues su linaje les advertía que no confiasen en ella. Aunque no parecía estar tramando nada en ese instante, pues la oyeron pedir un baño a la doncella antes de subir las escaleras hacia su habitación.
  Se equivocaban.
  Apenas cerró la puerta, Yuna abrió la nota que la doncella había deslizado disimuladamente en su bolsillo mientras saludaba a los dos guerreros. Anteriormente a su partida, la joven había agradecido al Shosuro el ejemplar trato y servicio que se les estaba proporcionando, además de hacer alguna referencia a… lo nuevos e ignorantes que eran todos en la ciudad.
  La respuesta a su muda pregunta no se había hecho esperar.
La ciudad está hirviendo. El ronin trabaja para mí.
 Debes estar preparada, las fortunas te sonreirán en el campeonato.

A la hora de la cena, todos se reunieron en la sala principal. Se había preparado un banquete espléndido para los invitados de honor; a base de pescado hervido, estofado, arroz con verduras; y por supuesto, el maravilloso sake que el posadero había prometido. A juzgar por la expresión de Yamato al probarlo, era mil veces mejor que el que Ginawase le había ofrecido por el camino.
El ronin se había unido a ellos. Y también parecía apreciar la calidad de la bebida, pues en esos momentos estaba sirviéndose enormes cantidades de tal licor en el cuenco del estofado. Nadie tuvo en cuenta su falta de modales; la comida y el ambiente eran demasiado agradables como para crear un problema a partir del insignificante ronin.
-         ¡Por los aspirantes Topacio!- exclamó el ronin alzando su cuenco, de lo más feliz- Las Fortunas os dén suerte a todos. ¡A todos, digo!
-         Gracias, Ginawase- respondió Akodo Yamato, el guerrero León de impecable perilla- Sin embargo, no será la suerte, sino la habilidad, lo que se medirá en el Campeonato.
-         Pero ¿acaso no surgieron los samurais por la suerte a la que están sujetos?- replicó Mirumoto Kenjiro, el guerrero Dragón de afeitada cabeza y dura mirada.
-         ¿Cómo?- preguntó el ronin, confuso.
-         El Tao de Shinsei narra cómo el gran maestro Shinsei habló con el primer Hantei cómo vencer al maligno Noveno Kami- dijo el shugenja Fénix, mostrando su sabiduría- Hantei quiso que fueran los kamis fundadores de los clanes los que fueran a la batalla, pero Shinsei dijo que deberían ser hombres mortales, pues la fortuna les favorece.
Yuna se guardó su opinión al respecto. Muchos historiadores Escorpión opinaban que, si Shinsei había dicho realmente cuanto aparecía en el Tao de Shinsei, aún estaría hablando.
-         Estoy segura de que no solo la suerte de los individuos, sino también la valía de los clanes, serán medidas en el Campeonato.
“La fuerza del Cangrejo. La sabiduría del Fénix. El misterio del Dragón. El valor del León. La gracia de la Grulla. Ah, pero por supuesto, la astucia del Escorpión”, pensó sonriendo internamente y mirando de reojo al posadero Shosuro.
La velada avanzó tranquila, y tras el correspondiente agradecimiento a su anfitrión, todos se retiraron a descansar.
  Pocos fueron conscientes de que el descanso no era el pensamiento principal de algunos de los participantes mientras regresaban a sus aposentos.
  Ginawase aún tenía órdenes por cumplir de parte del Escorpión Shosuro, pero asuntos familiares ocupaban su mente. Sabía que tenía que ser precavido, o conseguiría más problemas que soluciones.
  Mirumoto Kenjiro había vislumbrado una nota dirigida hacia él bajo la botella de sake que había dejado frente a él una de las doncellas, y que guardaba ahora celosamente en su bolsillo. Nadie se había percatado.
  Agasha-san pensaba inquieto sobre el Campeonato: un shugenja tenía muchas habilidades, pero la mayoría no entrarían en tal competición. Se preguntaba con preocupación cómo iba a superar las pruebas de kenjutsu o lucha abierta; y iaijustsu o duelo; alguien que nunca había llevado una katana al cinto.
  El León Yamato, aunque normalmente vigilaba sus alrededores con mil ojos, sabiéndose rodeado de Escorpiones… olvidó todo aquello cuando llegó a su habitación y posó su mirada en quien allí le esperaba. No contaba con que estuviera allí.
  La más tranquila de todos era Yuna. La joven se sabía respaldada por un hombre de poder en la ciudad que a juzgar por la referencia en su nota, le otorgaría ayuda en las pruebas que comenzaran en dos días. No tenía ningún miedo a los contrincantes que conocía y aún tenía tiempo para verificar sus habilidades; o conseguir información que alguien verificase por ella.
  Una vez en su habitación, se asomó a la ventana. Los farolillos iluminaban la ciudad formando una deliciosa imagen basada en luces y sombras. Sonrió para sí al recordar lo que su “amigo” León había dicho sobre el nido de escorpiones.
“En ningún lugar se está como en casa”, pensó dirigiendo una sonrisa complacida a la ciudad dormida.

  A la mañana siguiente, Yuna se encontró con Yamato y Kenjiro en el pasillo. Se saludaron con la cortesía justa… y en ese instante los ojos de la mujer se desviaron interesados en otra dirección.
  Kenjiro intentó seguirlos, pero no encontró nada. De hecho, dudó de si los oscuros orbes de la samurai-ko realmente se habían movido. Así que meneó la cabeza y bajó tras sus dos compañeros, pensando rápidamente en otro asunto… que tenía con el Clan Escorpión, y que debía manejar con cuidado para que saliese bien.
  El desayuno estaba caliente y listo para ellos; Shosuro Ukio les saludó amablemente y les preguntó por su descanso. Yuna escuchó con interés la respuesta del León, pero él no dijo nada que lo incriminase… Aunque ella había vislumbrado una silueta femenina saliendo de su cuarto. No poseía más información que aquélla, pero podría utilizarla eficazmente en el momento adecuado; quizá para desconcentrarle durante el torneo… Pasó parte de la mañana intentando recordar con qué doncellas de la taberna había visto al León hablar el día anterior.
  El día prometía pocos acontecimientos, si bien no sería tranquilo en absoluto: era la víspera del Campeonato Topacio. Últimos preparativos, últimos entrenamientos. Tras descubrir que el Dragón y el León habían duelado y jugado al go, Bayushi Yuna consideró tales acciones como buenas ideas; y les ofreció repetir tales acciones con ella. Ninguno de los dos se negó.
  Para su enorme satisfacción, venció al León en go; parecía tan o incluso más inexperto que ella. No tuvo que hacer ninguna referencia a la supuesta fama de buenos estrategas de los Akodo, pues sabía que la derrota ante la Escorpión traía tales palabras a la propia mente de Yamato. Su leve sonrisa fue suficiente pulla para el samurai León.
  Lo que no comprendió fue cómo perdió contra Mirumoto-san. Sus movimientos habían sido tremendamente lineales y predecibles, pero no había llegado a averiguar cómo contrarrestarlos. Pero no le dio importancia: nunca antes había jugado seriamente al go. Era un juego de estrategia realmente complicado, en el que cada movimiento se realizaba pensando en los cincuenta siguientes, y donde podía vaticinarse la derrota de uno de los jugadores sólo por determinada acción. Para ser la primera vez, no estaba nada mal; y ganar al León le había proporcionado una satisfacción personal especial.
  Tocaba el turno de los duelos.

-         Os cedo la oportunidad de comenzar a concentraros primero- ofreció el León.
  Ella lo aceptó con un asentimiento. Aquel era un gesto que honraba al samurai, pero que reducía sus posibilidades. Si ella atacaba primero, vencería.
  Clavó sus ojos en él, y sintió el desprecio que sentía hacia ella. Los orgullosos y despampanantes Leones, siempre menospreciando a los Escorpiones que se movían tan traicioneramente en la sombra. Yuna pensaba que tenía que ser por envidia… pues sus enormes ejércitos no podían lograr lo que la sutileza de un susurro en el oído correcto.
  Examinó sus tensos músculos, listos para atacar en cuanto ella flaquease; pero también los suyos lo estaban. Observó su boken alzado; el de ella tampoco temblaba. El Akodo sostenía su mirada. Durante varios instantes mantuvieron la concentración, cada vez más centrados en el oponente, buscando…
  Golpe.
  Tras un instante de inmovilidad, el León bajó el arma. Había perdido la concentración, su mirada se había perdido un único instante en los ojos oscuros de la mujer. Instante que Yuna había aprovechado para golpear con suavidad pero certeza su costado. A pesar de la rabia de la derrota, se inclinó cortésmente ante ella; admitiendo su supremacía.
-         Vuestro turno, Mirumoto-san.
  Kenjiro tomó su boken y saludó a la Escorpión, antes de ponerse en guardia. Ambos contrincantes se midieron mutuamente, hasta que algo pareció distraer al Dragón. El resultado fue el mismo que con su anterior contrincante: victoria.
  En ese instante la puerta del dojo se movió.
  Si no hubiera ocurrido tras el combate, no se habrían percatado; pero siendo en el momento justo de la victoria, el silencio posterior les había hecho notar el sonido de la puerta a los tres. Kenjiro echó a correr para asomarse al pasillo, pero no vio a nadie. Inquieto al saber que alguien les había espiado durante su entrenamiento, pensó quién podía haber sido, y si podría aprovecharse de la información que había obtenido.
  No de él, pensó con seguridad. Había pensado ya una estrategia para ello. Siendo los Mirumoto una escuela de duelistas, era bastante diestro en el iaijutsu; sin embargo, había combatido contra sus oponentes peor de lo que solía, y de forma deliberada. Que no lo consideraran una amenaza. Aún.
  Yuna dejó el arma en su sitio sin preocuparse. Probablemente se habría tratado de alguna de las doncellas de Shosuro, recopilando información para él; y en el extraño caso de que se tratase de algún otro participante, ya no podía hacer nada por evitar que consiguiese los datos que ya tenía.
-         Ha sido un honor combatir contra vosotros- dijo inclinándose ante sus contrincantes- Si me disculpáis, he de irme.
  Ninguno se opuso. No era ningún secreto que su cercanía los disgustaba.

  Pidió la compañía de Ginawase para que la guiase por la ciudad. Otra de las pruebas del Campeonato en las cuales no estaba muy versada era en los Haikus, un estilo de poema corto que se improvisaba. En la corte eran muy comunes los duelos de lírica, y la cultura y educación eran requisitos indispensables para un buen samurai.
-         Aquí podréis encontrar Haikus, mi señora- indicó el ronin, parando frente a un puesto.
Sin embargo, en lugar de apartarse para dejarla echar un vistazo; se volvió hacia ella…
Tres razones son,
Vuestra voz, vuestro pelo, vuestra mirada
Las que me hechizan.
Ante su sorpresa, le recitó un Haiku. Uno torpe, de mala métrica y demasiado explícito; pero un haiku al fin y al cabo, cuyo objetivo era claramente seducirla.
  La seducción en Rokugan debía ser siempre algo tremendamente sutil, totalmente exquisito y que nadie advirtiese. Obviamente, aprovecharse de algo así era tremendamente deshonroso… pocos más lo harían que los Escorpiones. Al fin y al cabo, para ellos el fin justificaba los medios. Yuna obsequió al ronin con una sugerente sonrisa tras su velo, antes de ponerse a ojear los Haikus que había a su alcance.
  No iba a darle por el momento más que aquella sonrisa, por supuesto. Aunque hubiese ganado algunos puntos para ella por seguir las órdenes de Ukio, seguía siendo un renegado y no tenía ningún tipo de interés en él. Pero con aquello, la mujer ya sabía que tenía un posible aliado para el futuro. Si necesitaba algo que el ronin pudiera conseguirle, tendría fácil el negociar con él.
  No era una salida nueva para la joven. Desde siempre, quien posara sus ojos en ella advertía súbitamente algo misterioso y exótico en su rostro, en sus ojos… en ella. Sabía que los otros aspirantes ya lo habían notado. El León no se había fijado demasiado en ella hasta su entrenamiento, y había sido aquella mirada exótica en la que no había reparado hasta entonces lo que lo había desconcertado durante su combate. Mejor para ella, pensó sonriendo.
  Compró un par de pergaminos de poemas y volvió a la posada para estudiarlos. Pero antes, se retiró del lado de Ginawase con una leve sonrisa. Nada le había dado, ni nada le había prometido; pero la esperanza y la lealtad a su señor Shosuro mantendrían a aquel hombre de su lado. 

  Ni un solo crujido delató los pasos sobre la tarima del pasillo, ni un solo sonido perturbó la paz de los samuráis que dormían, o no; en sus alcobas. El suave deslizar de la puerta avisó a Shosuro Ukio de su presencia, una vez al abrirse, otra al cerrarse… y después, nada más. Aquel pulcro silencio fue quien verificó sus sospechas acerca de quién se trataba.
  Se giró, y tras una reverencia a modo de saludo esperó la pregunta que debía responder.
-         ¿Cómo es el iaijutsu de mis contrincantes?
  El hombre asintió a la samurai-ko, sintiendo aprobación. La mujer había averiguado sin problemas por qué había hospedado y prestado su dojo a los aspirantes.
-         Tan sólo debes temer al Grulla.
  Yuna hizo una profunda reverencia de admiración. No sólo había observado luchar a los samuráis de su posada, sino que se había hecho además con información sobre los demás aspirantes.
  Recordó la mención del regente acerca de las "foturnas" que le sonreirían en el campeonato.
-         ¿He de saber algo más antes de que comience el torneo?
  El Shosuro sonrió para sí.
-         Por tu propio bien, no.
La samurai realizó otra profunda reverencia como muestra de respeto y agradecimiento. Lo que un hombre sabía, otro podía averiguarlo. Lo mejor para ella era no saber ni hacer nada al respecto.
Sin más dilación volvió a deslizarse fuera de la habitación, y regresó a la suya. Se detuvo a medio camino, creyendo oír una voz desconocida en la habitación de Yamato, pero sólo captó silencio. Como tampoco quería que la encontrasen merodeando por los pasillos a altas horas de la noche, prosiguió su camino, pensando que quizá se habría equivocado.

4 comentarios:

  1. Ohhh, vaya dedicatoria!!:) Que ilusión ^^ xDD sí, que de títulos, jeje ^^ es que son como los pokemon, me tengo que hacer con todos :p xD (Oh! un titulo salvaje apareció!xD).
    Ya veo que has añadido el párrafo nuevo :)aunque creo que lo has puesto antes de que te hiciera la crítica xD
    La escorpión tiene mucho peligro xD a ver si pones ya la parte del torneo que está muy bien :)

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  2. Ale, ya lo he modificado. Lo del diseño del fuego en el abanico, y no sólo el fondo oscuro, de verdad que es toda una genialidad, Fire, gracias again. Le quita el significado extra al color negro y al hacer coincidir sus colores con los de la familia Escorpión, le da un punto más como reliquia de la familia Bayushi. Ah, qué haría yo sin ti ^^

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    1. xD de nada, siempre es un placer pensar en cosas que no tengan nada que ver con mis obligaciones xD
      jaja sí, esque me dijiste los colores de los escorpión y lo vi clarisimo que le pegaba poner los dos :p
      Está claro que dejar el abanico negro no? ;p

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  3. ¡Que largo! Bieeen! Asi se disfruta más!

    ¡Como me gustan a mi las intrigas! Si esto se hiciera película serías la mala y todos irían con Akodo... ¡¡pues que vivan los malos!!

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