Dedico este capítulo al que es entre otras cosas mi lector principal, mi compañero héroe, mi crítico literario y mi compañero de entrenamiento....Trrrrrrr: Fire rising. Vaya, vaya. Has ganado unos cuantos títulos últimamente, ¿no? ^.^
Me he tomado la libertad de dar razón a la obsesión de Yuna, cosa que no ocurrió nunca en el rol original. El diseño del fuego sobre la sombra surgió de la mente de, como no podía ser de otra manera, Fire rising.
Capítulo cuatro: Último Entrenamiento
“Mientras tú descansas, tu enemigo practica”
Terminada su visita
al lugar del torneo, los samuráis decidieron separarse y vagabundear por las
calles mercantiles de Otosan Uchi. Por todas partes había carretas y puestos
con enorme variedad de productos, y pronto todos encontraron algo digno de su
atención.
-
¡Oh,
honorable samurai! ¿Querríais echar un vistazo a mi mercancía?- ofreció
un vendedor a el shugenja Agasha Inomaro- De seguro una máscara le será útil, mi señor; en la corte todo el mundo
las lleva…
Era cierto. La corte era un lugar
de secretos e intrigas continuas, y muchos de sus integrantes eran capaces de
leer los labios y con ello obtener información de conversaciones ajenas. Muchos
habían adoptado el uso de máscaras, por supuesto hermosamente elaboradas, para
mantener sus conversaciones privadas como tales. En ello merecían una cita
especial el Clan Escorpión: todos los integrantes de la familia Bayushi
llevaban siempre una máscara con lo que cubrir sus labios. Entre los Escorpión
que llevaban máscara, era algo de vital importancia; muchos preferían ser
vistos antes sin su daisho que sin su máscara.
Inomaro recordó que el posadero
Escorpión portaba una máscara blanca que cubría la parte superior de su rostro,
dejando sus labios al descubierto. Y no había visto a la aspirante Escorpión
sin su velo rojo oscuro, sin aquel trozo de seda sujeto por una cinta que
pasaba sobre su nariz y bajo sus ojos y que parecía atarse por debajo de su
negra melena. Sintiéndose en desventaja, compró una, aun sin estar seguro de si
se la pondría: no era propio de los sabios y poderosos Fénix ocultarse en las
sombras como los Escorpiones.
Unos puestos más
lejos, Akodo Yamato miraba con atención los pergaminos que un mercader abría
ante él. Llamó su atención aquel que narraba la historia de la batalla del paso
de Shinomen, donde la familia Akodo había logrado una gran victoria. Pronto
pasó a formar parte de su colección.
Bayushi Yuna no se
entretuvo en curiosear qué compraban sus rivales. Ya desconfiaban de ella, de poco
le serviría revolotear a su alrededor más que para que recelaran aún más de
ella. En su lugar, caminó resuelta a través de los puestos, en busca de un
accesorio en concreto. Y lo encontró. Sus oscuros ojos quedaron prendados del
puesto, y por unos instantes no hizo otra cosa que sonreír.
Abanicos. Una profunda debilidad
de Bayushi Yuna eran aquellos hermosos y delicados objetos, cuidadosamente
pintados a mano; y que con tanta elegancia escondían sonrisas, susurros y
miradas…
Una vez, cuando era niña, se perdió
jugando entre los pasadizos del hogar de su familia. Terminó apareciendo en una
sala que no conocía; pequeña, cuadrada, que no parecía tener salida. Había
centenares de velas encendidas en el centro de la habitación, iluminándola con
su tenue luz. En cada una de sus cuatro paredes había un estante donde
descansaba un objeto; excepto en la tercera, cuyo estante estaba vacío. Los
infantiles ojos de Yuna observaron el primer objeto… y ya no se movieron de
allí. Se trataba de un abanico desplegado, el más hermoso que hubiera visto
nunca.
Era negro y brillante como el ébano pulido, como la noche más oscura. En su centro nacían pequeñas y lánguidas llamas, que iluminaban tímidamente la sombra. El sinuoso dibujo del fuego había sido trazado en distintas tonalidades de rojo, y era tan detallado, que a la titilante luz de las velas las llamas parecían moverse... Sí, se movían. Aunque muy levemente... Las llamas ondeaban y se abrían paso en la sombra, para después languidecer contra la oscuridad... Oía su crepitar, sentía su agradable calor en el rostro. Parpadeó, y sobre su superficie resplandeciente atisbó fugazmente formas en movimiento, un danzar sinuoso de sombras y luz. Las vio crecer, y volver a empequeñecerse, para crecer más después... Sintió un susurro en su mente, como una canción lejana. Las llamas crecían...
De pie, inmóvil y sin apartar los ojos de la reliquia; le habían contado que la encontraron muchas horas más tarde. No recordaba haber oído a través de las paredes las voces apremiantes de los Escorpiones y sirvientes que la habían estado buscando todo aquel día, ni que su padre hubiera aparecido en la habitación a través de otro de los pasadizos. No recordaba que él la hubiera ordenado ir con él, ni que ella hubiera ignorado la orden. No recordaba en absoluto su propia salvaje rebelión cuando su padre intentó arrancarla de aquel lugar, ni cómo él había terminado agarrando su hombro y provocándole un sueño obligado e ineludible. Sólo recordaba la imagen de aquel abanico. Ecos de esa imagen fueron la neblina de los días siguientes, los pasadizos que había intentado volver a recorrer y que había encontrado derrumbados o tapiados. Días después, volvía a ser ella misma, pero el recuerdo del abanico la hacía andar en sueños en su busca. Semanas después, los vívidos sueños cesaron. Pero el anhelo por el abanico se había encendido en su corazón, y ya nunca más se apagaría. Incluso años después, había noches en que veía su oscura forma, y despertaba sintiendo que algo muy importante le faltaba.
Era negro y brillante como el ébano pulido, como la noche más oscura. En su centro nacían pequeñas y lánguidas llamas, que iluminaban tímidamente la sombra. El sinuoso dibujo del fuego había sido trazado en distintas tonalidades de rojo, y era tan detallado, que a la titilante luz de las velas las llamas parecían moverse... Sí, se movían. Aunque muy levemente... Las llamas ondeaban y se abrían paso en la sombra, para después languidecer contra la oscuridad... Oía su crepitar, sentía su agradable calor en el rostro. Parpadeó, y sobre su superficie resplandeciente atisbó fugazmente formas en movimiento, un danzar sinuoso de sombras y luz. Las vio crecer, y volver a empequeñecerse, para crecer más después... Sintió un susurro en su mente, como una canción lejana. Las llamas crecían...
De pie, inmóvil y sin apartar los ojos de la reliquia; le habían contado que la encontraron muchas horas más tarde. No recordaba haber oído a través de las paredes las voces apremiantes de los Escorpiones y sirvientes que la habían estado buscando todo aquel día, ni que su padre hubiera aparecido en la habitación a través de otro de los pasadizos. No recordaba que él la hubiera ordenado ir con él, ni que ella hubiera ignorado la orden. No recordaba en absoluto su propia salvaje rebelión cuando su padre intentó arrancarla de aquel lugar, ni cómo él había terminado agarrando su hombro y provocándole un sueño obligado e ineludible. Sólo recordaba la imagen de aquel abanico. Ecos de esa imagen fueron la neblina de los días siguientes, los pasadizos que había intentado volver a recorrer y que había encontrado derrumbados o tapiados. Días después, volvía a ser ella misma, pero el recuerdo del abanico la hacía andar en sueños en su busca. Semanas después, los vívidos sueños cesaron. Pero el anhelo por el abanico se había encendido en su corazón, y ya nunca más se apagaría. Incluso años después, había noches en que veía su oscura forma, y despertaba sintiendo que algo muy importante le faltaba.
Cuando creció, antes de su gempukku,
su padre le había explicado aquella experiencia. Había aprendido lo que era un
Nemuranai, un objeto en el que residían los kamis, dotándolo de poderes
inimaginables. No supo cuáles eran los poderes del abanico en manos de un
portador digno, pero sí aprendió que sin portador sus efectos eran
impredecibles. Había comprendido que su mente infantil e inexperimentada había
sido incapaz de resistir la presa de su hechizo, y que tal encanto permanecería
en su corazón probablemente durante toda su vida. Pero ya siendo casi una
samurai-ko, también sabía que era más que capaz de controlarlo. Ya casi adulta,
ya siendo capaz de comprender y de resistirse, su padre le prohibió que
volviera a buscar la sala de reliquias de la familia, le prohibió que intentara
volver hasta aquel objeto; y Yuna nunca había roto su promesa.
Pero desde aquel día, los abanicos
eran su secreta obsesión. Quizá parte de sí había aprendido a apreciarlos
totalmente. Quizá parte de sí anhelara reemplazar el maravilloso objeto
inalcanzable. Por ello en su hogar poseía una deliciosa colección, de la cual
los mejores ejemplares estaban entre su equipaje; pero ella necesitaba más.
Quería más.
Y allí estaban, dispuestos sobre
una ligera esterilla; preparados para que sus dedos los acariciasen, para que
sus ojos se deleitasen con sus magníficas estampas…
“Sólo uno, Yuna”, se advirtió severamente, tragando saliva.
Era una aspirante al
campeonato Topacio. Tenía que ser comedida, controlarse a sí misma. Así que se
acercó despacio, con los ojos clavados en la mesa y tragando saliva al pensar
cuál elegiría. ¿Aquel con flores de loto? ¿O el de color verde pálido? Oh, el
negro resaltaría sus ojos…
-
¡Oh,
altísima samurai-ko!- exclamó el mercader, inclinándose profundamente
ante ella- Me honra tanto vuestra
presencia, sed bienvenida. Por favor, ¿aceptaríais un obsequio de un simple
campesino?
Y para su enorme
asombro, le tendió un abanico.
-
Un
hermoso presente para una hermosa dama- dijo con una amable sonrisa.
Yuna le miró
sorprendida y bajó la vista hasta el objeto. Era negro, con los mones de los Clanes
principales en blanco en la parte exterior. Sería perfecto para ir a la corte,
donde se encontraría con gente procedente de otras familias. Y era hermoso, muy
hermoso. Obsequió al campesino con una enorme sonrisa; pocas cosas podían
haberla hecho tan feliz en ese momento.
-
Os
agradezco mucho vuestro amable gesto. Tened- dijo, entregándole dos bus.
Un bu era una quinta
parte de un koku. Para ella no era mucho, pues su familia era bastante adinerada;
pero sí lo era para un campesino. Éste agradeció su gesto profundamente,
inclinándose una y otra vez. Yuna aceptó sus agradecimientos y se marchó de
allí, feliz por su nueva adquisición y sintiendo que había hecho algo bueno.
Akodo Yamato apretó
fuertemente la empuñadura de su arma. Su corazón palpitaba fuertemente en su
pecho, al tiempo que sus ojos examinaban a su oponente en busca de un punto
débil, una abertura, una distracción.
La encontró.
Apenas Mirumoto
Kenjiro volvió a abrir los ojos tras parpadear, se encontró con el León
abalanzándose sobre él… Y no tuvo tiempo de apartarse.
Un suave golpe en su
hombro lo identificó como el perdedor del duelo. El Dragón bajó su boken, la
espada de madera que se utilizaba en los duelos de entrenamiento, y se inclinó
ante el Akodo; que correspondió a su reverencia.
Ambos samuráis
habían regresado a la posada a una hora similar, y al encontrarse habían
propuesto entrenar juntos para el torneo. Todos conocían las pruebas de que
constaría, y muchos estaban dispuestos a intentar mejorar sus puntos débiles
antes del gran campeonato. Entre tales estaba el iaijutsu, arte del duelo.
Tanto Dragón como León estaban versados en el kenjutsu, como cualquier samurai;
la lucha abierta y el iaijutsu no eran lo mismo en absoluto.
En un duelo no era
tan importante herir al contrario, sino la gracia y la precisión de los
movimientos. La mayor parte del combate consistía en un exhaustivo estudio del
contrincante, intentando visualizar sus puntos débiles; y concentrarse. Aquel
que perdiese la concentración sería el que recibiera el primer golpe, y con
ello quien perdería. También se podía perder, de forma honorable, si antes de
entablar combate uno de los rivales advirtiera que el otro era mejor y lo
admitiese abiertamente. Era honroso ceder al rival la oportunidad de
concentrarse primero, ya que conllevaba una cierta desventaja; y también estaba
bien visto que los golpes otorgados fueran ligeros; pues debían ser más
simbólicos que dañinos.
Así era al menos en
los duelos a primera sangre, los más habituales. Pero también existían los
duelos a muerte. En ellos, los golpes no se detenían tras el primer ataque. No
tenían el simple objetivo de quedar por encima del rival: debían sesgar la vida
del contrincante. Las reglas eran las mismas, pero tras la primera sangre se
pasaba al kenjutsu, hasta que uno de los contrincantes muriera. También resultaba
honorable admitir la valía de tu enemigo antes de comenzar la lucha. En ese
caso, la retirada venía siempre acompañada del seppuku, el suicidio del
samurai, que se abría el estómago con su wakizashi como último gesto de honor.
Pero éste no era el
entrenamiento de los aspirantes. Ni Kenjiro ni Yamato morirían ese día; de
hecho, su duelo ni siquiera había sido real. Tan sólo un simple entrenamiento.
-
¿Queréis
ahora practicar el go? Tendremos una prueba el segundo día del campeonato.
Dejaron los boken a
un lado, y abandonaron la sala de entrenamiento. Habían tenido la suerte de que
Shoshuro Ukio tuviese un personal interés en el iaijutsu, y que les hubiera
ofrecido su dojo privado para el entrenamiento. También había tableros y piezas
de go en cada habitación. Las instalaciones de la posada eran indiscutiblemente
perfectas para los aspirantes.
León y Dragón habían
establecido ya entre ellos un vínculo, si no aún de amistad, por lo menos de
camaradería. No era de extrañar. De entre las pocas personas que conocían en la
ciudad, ambos eran los únicos que no eran shugenjas, y más importantemente que
no eran Escorpión: había entre ellos más cosas en común que con los demás, y en
cierto modo sentían que podían confiar en el otro hasta cierto punto. No era
algo que ocurriese por ejemplo con la mujer Escorpión, o con Ukio. El Mantis
había desaparecido de su lado desde antes de que entrasen en la taberna, y el
entrenamiento de un shugenja era demasiado diferente al de un guerrero samurai
común.
Apenas salieron del
dojo se cruzaron con Yuna, que parecía hablar con una doncella. Llevaba consigo
un abanico negro con adornos blancos, y sujetaba un hermoso kimono de seda que
probablemente fuese nuevo. Ambos parecían ir a juego, aunque los hombres no
podían sospechar cuál había sido comprado para adornar al otro.
-
Akodo-san,
Mirumoto-san…- les saludó con una inclinación de cabeza.
-
Bayushi-san…-
correspondieron con neutralidad.
Y continuaron su
camino. Ninguno de los dos sentía especial cercanía por la mujer samurai, pues
su linaje les advertía que no confiasen en ella. Aunque no parecía estar
tramando nada en ese instante, pues la oyeron pedir un baño a la doncella antes
de subir las escaleras hacia su habitación.
Se equivocaban.
Apenas cerró la
puerta, Yuna abrió la nota que la doncella había deslizado disimuladamente en
su bolsillo mientras saludaba a los dos guerreros. Anteriormente a su partida,
la joven había agradecido al Shosuro el ejemplar trato y servicio que se les
estaba proporcionando, además de hacer alguna referencia a… lo nuevos e
ignorantes que eran todos en la ciudad.
La respuesta a su
muda pregunta no se había hecho esperar.
La ciudad está
hirviendo. El ronin trabaja para mí.
Debes estar preparada, las fortunas te
sonreirán en el campeonato.
A la hora de la cena, todos se
reunieron en la sala principal. Se había preparado un banquete espléndido para
los invitados de honor; a base de pescado hervido, estofado, arroz con
verduras; y por supuesto, el maravilloso sake que el posadero había prometido.
A juzgar por la expresión de Yamato al probarlo, era mil veces mejor que el que
Ginawase le había ofrecido por el camino.
El ronin se había unido a ellos. Y
también parecía apreciar la calidad de la bebida, pues en esos momentos estaba
sirviéndose enormes cantidades de tal licor en el cuenco del estofado. Nadie
tuvo en cuenta su falta de modales; la comida y el ambiente eran demasiado
agradables como para crear un problema a partir del insignificante ronin.
-
¡Por los aspirantes Topacio!- exclamó el ronin
alzando su cuenco, de lo más feliz- Las Fortunas os dén suerte a todos. ¡A
todos, digo!
-
Gracias, Ginawase- respondió Akodo Yamato, el
guerrero León de impecable perilla- Sin embargo, no será la suerte, sino la
habilidad, lo que se medirá en el Campeonato.
-
Pero ¿acaso no surgieron los samurais por la
suerte a la que están sujetos?- replicó Mirumoto Kenjiro, el guerrero Dragón de
afeitada cabeza y dura mirada.
-
¿Cómo?- preguntó el ronin, confuso.
-
El Tao de Shinsei narra cómo el gran maestro
Shinsei habló con el primer Hantei cómo vencer al maligno Noveno Kami- dijo el
shugenja Fénix, mostrando su sabiduría- Hantei quiso que fueran los kamis
fundadores de los clanes los que fueran a la batalla, pero Shinsei dijo que
deberían ser hombres mortales, pues la fortuna les favorece.
Yuna se guardó su opinión al
respecto. Muchos historiadores Escorpión opinaban que, si Shinsei había dicho
realmente cuanto aparecía en el Tao de Shinsei, aún estaría hablando.
-
Estoy segura de que no solo la suerte de los
individuos, sino también la valía de los clanes, serán medidas en el
Campeonato.
“La fuerza del Cangrejo. La sabiduría del Fénix. El misterio
del Dragón. El valor del León. La gracia de la Grulla. Ah, pero por
supuesto, la astucia del Escorpión”, pensó sonriendo internamente y mirando de
reojo al posadero Shosuro.
La velada avanzó tranquila, y tras
el correspondiente agradecimiento a su anfitrión, todos se retiraron a
descansar.
Pocos fueron
conscientes de que el descanso no era el pensamiento principal de algunos de
los participantes mientras regresaban a sus aposentos.
Ginawase aún tenía
órdenes por cumplir de parte del Escorpión Shosuro, pero asuntos familiares ocupaban
su mente. Sabía que tenía que ser precavido, o conseguiría más problemas que
soluciones.
Mirumoto Kenjiro
había vislumbrado una nota dirigida hacia él bajo la botella de sake que había
dejado frente a él una de las doncellas, y que guardaba ahora celosamente en su
bolsillo. Nadie se había percatado.
Agasha-san pensaba
inquieto sobre el Campeonato: un shugenja tenía muchas habilidades, pero la
mayoría no entrarían en tal competición. Se preguntaba con preocupación cómo
iba a superar las pruebas de kenjutsu o lucha abierta; y iaijustsu o duelo;
alguien que nunca había llevado una katana al cinto.
El León Yamato,
aunque normalmente vigilaba sus alrededores con mil ojos, sabiéndose rodeado de
Escorpiones… olvidó todo aquello cuando llegó a su habitación y posó su mirada
en quien allí le esperaba. No contaba con que estuviera allí.
La más tranquila de
todos era Yuna. La joven se sabía respaldada por un hombre de poder en la ciudad
que a juzgar por la referencia en su nota, le otorgaría ayuda en las pruebas
que comenzaran en dos días. No tenía ningún miedo a los contrincantes que
conocía y aún tenía tiempo para verificar sus habilidades; o conseguir
información que alguien verificase por ella.
Una vez en su
habitación, se asomó a la ventana. Los farolillos iluminaban la ciudad formando
una deliciosa imagen basada en luces y sombras. Sonrió para sí al recordar lo
que su “amigo” León había dicho sobre el nido de escorpiones.
“En ningún lugar se está como en casa”, pensó dirigiendo una
sonrisa complacida a la ciudad dormida.
A la mañana
siguiente, Yuna se encontró con Yamato y Kenjiro en el pasillo. Se saludaron
con la cortesía justa… y en ese instante los ojos de la mujer se desviaron
interesados en otra dirección.
Kenjiro intentó
seguirlos, pero no encontró nada. De hecho, dudó de si los oscuros orbes de la
samurai-ko realmente se habían movido. Así que meneó la cabeza y bajó tras sus
dos compañeros, pensando rápidamente en otro asunto… que tenía con el Clan
Escorpión, y que debía manejar con cuidado para que saliese bien.
El desayuno estaba
caliente y listo para ellos; Shosuro Ukio les saludó amablemente y les preguntó
por su descanso. Yuna escuchó con interés la respuesta del León, pero él no
dijo nada que lo incriminase… Aunque ella había vislumbrado una silueta
femenina saliendo de su cuarto. No poseía más información que aquélla, pero
podría utilizarla eficazmente en el momento adecuado; quizá para
desconcentrarle durante el torneo… Pasó parte de la mañana intentando recordar
con qué doncellas de la taberna había visto al León hablar el día anterior.
El día prometía
pocos acontecimientos, si bien no sería tranquilo en absoluto: era la víspera
del Campeonato Topacio. Últimos preparativos, últimos entrenamientos. Tras
descubrir que el Dragón y el León habían duelado y jugado al go, Bayushi Yuna
consideró tales acciones como buenas ideas; y les ofreció repetir tales
acciones con ella. Ninguno de los dos se negó.
Para su enorme
satisfacción, venció al León en go; parecía tan o incluso más inexperto que
ella. No tuvo que hacer ninguna referencia a la supuesta fama de buenos
estrategas de los Akodo, pues sabía que la derrota ante la Escorpión traía tales
palabras a la propia mente de Yamato. Su leve sonrisa fue suficiente pulla para
el samurai León.
Lo que no comprendió
fue cómo perdió contra Mirumoto-san. Sus movimientos habían sido tremendamente
lineales y predecibles, pero no había llegado a averiguar cómo contrarrestarlos.
Pero no le dio importancia: nunca antes había jugado seriamente al go. Era un
juego de estrategia realmente complicado, en el que cada movimiento se
realizaba pensando en los cincuenta siguientes, y donde podía vaticinarse la
derrota de uno de los jugadores sólo por determinada acción. Para ser la
primera vez, no estaba nada mal; y ganar al León le había proporcionado una
satisfacción personal especial.
Tocaba el turno de
los duelos.
-
Os cedo
la oportunidad de comenzar a concentraros primero- ofreció el León.
Ella lo aceptó con
un asentimiento. Aquel era un gesto que honraba al samurai, pero que reducía
sus posibilidades. Si ella atacaba primero, vencería.
Clavó sus ojos en
él, y sintió el desprecio que sentía hacia ella. Los orgullosos y despampanantes
Leones, siempre menospreciando a los Escorpiones que se movían tan
traicioneramente en la sombra. Yuna pensaba que tenía que ser por envidia… pues
sus enormes ejércitos no podían lograr lo que la sutileza de un susurro en el
oído correcto.
Examinó sus tensos
músculos, listos para atacar en cuanto ella flaquease; pero también los suyos
lo estaban. Observó su boken alzado; el de ella tampoco temblaba. El Akodo
sostenía su mirada. Durante varios instantes mantuvieron la concentración, cada
vez más centrados en el oponente, buscando…
Golpe.
Tras un instante de
inmovilidad, el León bajó el arma. Había perdido la concentración, su mirada se
había perdido un único instante en los ojos oscuros de la mujer. Instante que
Yuna había aprovechado para golpear con suavidad pero certeza su costado. A
pesar de la rabia de la derrota, se inclinó cortésmente ante ella; admitiendo
su supremacía.
-
Vuestro
turno, Mirumoto-san.
Kenjiro tomó su
boken y saludó a la
Escorpión, antes de ponerse en guardia. Ambos contrincantes
se midieron mutuamente, hasta que algo pareció distraer al Dragón. El resultado
fue el mismo que con su anterior contrincante: victoria.
En ese instante la
puerta del dojo se movió.
Si no hubiera
ocurrido tras el combate, no se habrían percatado; pero siendo en el momento
justo de la victoria, el silencio posterior les había hecho notar el sonido de
la puerta a los tres. Kenjiro echó a correr para asomarse al pasillo, pero no
vio a nadie. Inquieto al saber que alguien les había espiado durante su
entrenamiento, pensó quién podía haber sido, y si podría aprovecharse de la
información que había obtenido.
No de él, pensó con
seguridad. Había pensado ya una estrategia para ello. Siendo los Mirumoto una
escuela de duelistas, era bastante diestro en el iaijutsu; sin embargo, había
combatido contra sus oponentes peor de lo que solía, y de forma deliberada. Que
no lo consideraran una amenaza. Aún.
Yuna dejó el arma en
su sitio sin preocuparse. Probablemente se habría tratado de alguna de las
doncellas de Shosuro, recopilando información para él; y en el extraño caso de
que se tratase de algún otro participante, ya no podía hacer nada por evitar
que consiguiese los datos que ya tenía.
-
Ha sido
un honor combatir contra vosotros- dijo inclinándose ante sus
contrincantes- Si me disculpáis, he de
irme.
Ninguno se opuso. No
era ningún secreto que su cercanía los disgustaba.
Pidió la compañía de
Ginawase para que la guiase por la ciudad. Otra de las pruebas del Campeonato
en las cuales no estaba muy versada era en los Haikus, un estilo de poema corto
que se improvisaba. En la corte eran muy comunes los duelos de lírica, y la
cultura y educación eran requisitos indispensables para un buen samurai.
-
Aquí
podréis encontrar Haikus, mi señora- indicó el ronin, parando frente a
un puesto.
Sin embargo, en lugar de apartarse
para dejarla echar un vistazo; se volvió hacia ella…
Tres razones son,
Vuestra voz, vuestro pelo, vuestra mirada
Las que me hechizan.
Ante su sorpresa, le recitó un
Haiku. Uno torpe, de mala métrica y demasiado explícito; pero un haiku al fin y
al cabo, cuyo objetivo era claramente seducirla.
La seducción en
Rokugan debía ser siempre algo tremendamente sutil, totalmente exquisito y que
nadie advirtiese. Obviamente, aprovecharse de algo así era tremendamente
deshonroso… pocos más lo harían que los Escorpiones. Al fin y al cabo, para
ellos el fin justificaba los medios. Yuna obsequió al ronin con una sugerente
sonrisa tras su velo, antes de ponerse a ojear los Haikus que había a su
alcance.
No iba a darle por
el momento más que aquella sonrisa, por supuesto. Aunque hubiese ganado algunos
puntos para ella por seguir las órdenes de Ukio, seguía siendo un renegado y no
tenía ningún tipo de interés en él. Pero con aquello, la mujer ya sabía que
tenía un posible aliado para el futuro. Si necesitaba algo que el ronin pudiera
conseguirle, tendría fácil el negociar con él.
No era una salida
nueva para la joven. Desde siempre, quien posara sus ojos en ella advertía
súbitamente algo misterioso y exótico en su rostro, en sus ojos… en ella. Sabía
que los otros aspirantes ya lo habían notado. El León no se había fijado
demasiado en ella hasta su entrenamiento, y había sido aquella mirada exótica
en la que no había reparado hasta entonces lo que lo había desconcertado
durante su combate. Mejor para ella, pensó sonriendo.
Compró un par de pergaminos
de poemas y volvió a la posada para estudiarlos. Pero antes, se retiró del lado
de Ginawase con una leve sonrisa. Nada le había dado, ni nada le había
prometido; pero la esperanza y la lealtad a su señor Shosuro mantendrían a
aquel hombre de su lado.
Ni un solo crujido delató los pasos sobre la tarima
del pasillo, ni un solo sonido perturbó la paz de los samuráis que dormían, o
no; en sus alcobas. El suave deslizar de la puerta avisó a Shosuro Ukio de su
presencia, una vez al abrirse, otra al cerrarse… y después, nada más. Aquel
pulcro silencio fue quien verificó sus sospechas acerca de quién se trataba.
Se giró, y tras una reverencia a modo de saludo
esperó la pregunta que debía responder.
-
¿Cómo es
el iaijutsu de mis contrincantes?
El hombre asintió a la samurai-ko, sintiendo
aprobación. La mujer había averiguado sin problemas por qué había hospedado y prestado
su dojo a los aspirantes.
-
Tan sólo
debes temer al Grulla.
Yuna hizo una profunda reverencia de admiración. No
sólo había observado luchar a los samuráis de su posada, sino que se había
hecho además con información sobre los demás aspirantes.
Recordó la mención del regente acerca de las "foturnas"
que le sonreirían en el campeonato.
-
¿He de
saber algo más antes de que comience el torneo?
El Shosuro sonrió para sí.
-
Por tu
propio bien, no.
La samurai realizó otra profunda
reverencia como muestra de respeto y agradecimiento. Lo que un hombre sabía,
otro podía averiguarlo. Lo mejor para ella era no saber ni hacer nada al
respecto.
Sin más dilación volvió a
deslizarse fuera de la habitación, y regresó a la suya. Se detuvo a medio
camino, creyendo oír una voz desconocida en la habitación de Yamato, pero sólo
captó silencio. Como tampoco quería que la encontrasen merodeando por los
pasillos a altas horas de la noche, prosiguió su camino, pensando que quizá se habría
equivocado.
Ohhh, vaya dedicatoria!!:) Que ilusión ^^ xDD sí, que de títulos, jeje ^^ es que son como los pokemon, me tengo que hacer con todos :p xD (Oh! un titulo salvaje apareció!xD).
ResponderEliminarYa veo que has añadido el párrafo nuevo :)aunque creo que lo has puesto antes de que te hiciera la crítica xD
La escorpión tiene mucho peligro xD a ver si pones ya la parte del torneo que está muy bien :)
Ale, ya lo he modificado. Lo del diseño del fuego en el abanico, y no sólo el fondo oscuro, de verdad que es toda una genialidad, Fire, gracias again. Le quita el significado extra al color negro y al hacer coincidir sus colores con los de la familia Escorpión, le da un punto más como reliquia de la familia Bayushi. Ah, qué haría yo sin ti ^^
ResponderEliminarxD de nada, siempre es un placer pensar en cosas que no tengan nada que ver con mis obligaciones xD
Eliminarjaja sí, esque me dijiste los colores de los escorpión y lo vi clarisimo que le pegaba poner los dos :p
Está claro que dejar el abanico negro no? ;p
¡Que largo! Bieeen! Asi se disfruta más!
ResponderEliminar¡Como me gustan a mi las intrigas! Si esto se hiciera película serías la mala y todos irían con Akodo... ¡¡pues que vivan los malos!!