Despertar se llamaba Despertar por una buena razón. Pasa lo mismo con Interferencias. Enjoy!
Capítulo dos. Interferencias.
Acceso: ShadowFire.
Nota 201.
Llamas en la oscuridad. Puedo
oír su crepitar, ver las lenguas rojas y anaranjadas que despiden superponerse
y bailar. Brillante luz en lo negro.
Cálida. Constante. Segura.
Abro los ojos.
Estoy tumbada. Sobre mí veo
una lona verde que hace las veces de techo y pared. Oigo voces, pasos, toses.
Me incorporo y miro a mi alrededor.
Parezco estar en el interior
de una gigantesca tienda, o carpa, de color verde oscuro militar. Estoy en un
lecho improvisado con mantas en el suelo Veo la pared de enfrente cerca, pero
no las de los lados: es como un tubo alargado dentro del cual nos hacináramos.
Y está lleno de gente. Gente
tumbada en el suelo, en lechos tan improvisados como el mío: una manta, poco
más. Algunos no se mueven, otros demandan atención. Veo lechos que hasta se
tocan entre sí de lo cercanos que están; aunque una especie de pasillo central que
recorre el tubo en horizontal ha quedado despejado para que la gente pase.
Gente arrodillada junto a lechos, hablando con los yacientes o tomando su mano
con tristeza. Gente de pie, yendo de un camastro a otro, llevando botes,
vendas, o exclamando que necesitan “más penicilina”. Que corre de un lado a
otro, pasando por los escasos sitios que dejan los lechos libres para el paso,
que se llaman a gritos y haciéndose señas de apremio. Me doy cuenta de que los
que se afanan de un lado a otro llevan una cinta azul atada al brazo.
Yo diría que estoy en una
especie de hospital, improvisado en la calle para las víctimas de la invasión.
Y está en plena actividad. Los del lazo azul deben ser el personal médico.
“¿Qué ha pasado?”
El fuego… La
nave. Elsa. ¿Dónde está Elsa? Miro a mi alrededor, pero no la encuentro ni
entre la gente que anda por el pasillo, ni entre la gente que yace en los
lechos.
-
¿Elsa?- grito alrededor a ver si alguien responde- ¡Elsa!
No la veo. Por
ninguna parte.
Hm. ¿Qué ha
pasado? Como cuando no soy capaz de recordar qué he hecho con la cartera,
cierro los ojos y recorro lo último que recuerdo. Recuerdo… al Guardián de la
Nave. Maldito cabrón lanzadescargas… Y después… después tan sólo oscuridad.
¿Una sensación de ahogo…? Aj. No estoy segura, no consigo recordar con claridad
más allá del Guardián. Maldita sea…
¿Qué pasó en la nave? No sé nada… ¿Cómo me he
quedado inconsciente? Quizá fuimos derrotadas, pero… eso no explica que esté
aquí. Pero si hubiera salido bien, ¿no estaría Elsa conmigo? Espero que esté
bien. Quizá esté inconsciente también, en alguna de las camas de por aquí. O igual
me ha dejado tirada, pienso. Aunque no me haría gracia, tengo que reconocer que
realmente no nos conocemos nada y que podría haberme dejado en la estacada.
Por lo que yo
sé, la Liga podría haber destruido la nave y yo haber caído a plomo sobre la
tierra otra vez. Podríamos haber ganado la invasión. O podrían habernos
vencido, y que ya ni haya Liga de la Justicia siquiera.
Mierda. No tengo
datos. No sé ni qué día es, ni dónde estoy. Tampoco sé nada sobre lo que ocurre
ahora mismo en el mundo, algo que nunca me ha gustado. Cuanta más información
tienes, mejor puedes manejarte, eso siempre. Y más con la que está cayendo…
El pensamiento “Liga de la
Justicia” lleva a “superhéroes”… Y de pronto me doy cuenta.
“Controlo el fuego”
Tengo
superpoderes.
En la nave, he sido muy
consciente de que las cosas iban a cambiar. De que ya nunca volveré a estar
indefensa. Que ahora ya soy capaz de hacer cosas que antes no podía ni
plantearme.
Pero ahora me planteo por
primera vez que formo parte del reducido grupo de personas en el mundo que son
distintos del resto de la humanidad. Que tienen poderes extraordinarios, que
son respetados… y temidos.
“¿Seguiré controlando el fuego?”, me pregunto.
Inmediatamente
sé que sí. Lo noto. Dentro de mí… Dentro de mi pecho, dentro de mi cuerpo; noto
el calor, el poder latente. No sé cómo explicarlo… pero está ahí.
“¿Y ahora qué?”
¿Qué voy a hacer
con estos poderes? ¿Dejo mi carrera no empezada como periodista y… me dedico a
quemar cosas? ¿Dónde puñetas se queman cosas? ¿En los basureros? No me llama. ¿O
me dedico a combatir el crimen a base de ostias ardientes?
Aunque el
pensamiento al principio me hace reír ante lo estúpido que es, de pronto me
quedo pensando. Igual es lo que la gente asume que haré. ¿Qué otra cosa buena
puedo hacer con un poder como el fuego? Miro a mi alrededor… y me asalta el
pensamiento de lo fácil que sería hacer arder la lona del techo y todo y a
todos los que tiene debajo. Podría destruir todo esto con un pensamiento.
Que no quiero.
Pero sería absurdamente fácil.
Y estoy
convencida de que a nadie le va a hacer gracia.
Cuando la gente
teme algo, lo intenta controlar, o lo destruye. Ni quiero que me ataquen, ni
quiero que me pongan bajo arresto o algo así… Y tengo que admitir que en algún
momento en la nave me descontrolé un poco. Arranqué una cabeza. No recuerdo
cómo me cargué a varios…
“¿Qué haría yo?”, me pregunto, “¿Qué haría si me
enterase de que hay alguien con este poder?”
Si no tuviera
poderes, si esto se lo hubieran planteado a quien yo era hace una semana…
Probablemente opinaría que lo mejor es ponerlo a disposición del gobierno, o de
la Liga de la Justicia. Claro, de la Liga. Ellos saben controlar estas cosas.
Claro. Pero eso se lo plantearían a una yo que no tendría que ser quien fuera a
luchar. Y por poco que me guste no ser coherente conmigo misma, no me parece
justo. No todos los hombres fuertes son obligados a alistarse en el ejército,
¿no? Pues igual.
Pero, ¿y si me obligan a
unirme a la Liga de la Justicia? Por un instante pienso en mí misma como en uno
de esos superhéroes que vuelan y lanzan rayos contra robots gigantes… No. Yo no
puedo hacer eso, no puedo volar… Acto seguido pienso en una figura en mallas de
colores saltando por los tejados. Por dios, qué vergüenza. Ah, no… que cuando
suelto llamas, se me quema la ropa. ¿Saltando por los tejados desnuda?
“¡Aaaaj!”, pienso agitando la cabeza.
Pero no me
parece tan descabellado. Lo lógico, ahora que estamos bajo una invasión, es que
todos los que puedan luchar vayan al frente. A luchar por la Tierra. Igual la
Liga me lo pide como pago por haberme sacado de la nave. Igual el gobierno
amenaza a mi familia si no colaboro. Peores cosas se ha visto que han hecho
nuestros presidentes.
Pero yo he visto
esos bichos. Esos robots gigantescos esperando en las “bodegas” de la nave. Me
he enfrentado a los pequeños, el Overseer nos dio una paliza, ni siquiera
recuerdo cómo acabé tras el Guardián de la Nave. Y allí abajo… ¡Había miles! ¡Y
los había tan grandes que los Overseers parecían sus perritos falderos! ¡No puedo
enfrentarme a algo así! ¡No puedo! No me van a enviar ahí a morir.
Y el que intente
obligarme, lo carbonizaré.
El corazón me
golpea el pecho con furia. Mi nueva determinación llena de ira me tranquiliza
un poco. No estoy indefensa. No pueden obligarme a hacer nada si no quiero,
porque les atacaré de vuelta. Eso es.
Sin embargo, lo
mejor para no tener problemas es mantenerlo en secreto. No levantar sospechas.
No arder aquí, con tanta gente. Parece fácil.
“A menos que lo sepan ya”, piensa una inquietante voz en
mi cabeza.
No sé si me
encontraron envuelta en llamas. Probablemente sí que fue con toda la ropa
chamuscada, como mínimo.
“Oye… ¿y mi ropa?”
Bajo la mirada para
observar mi propio cuerpo. Llevo una especie de camisón de hospital, pero
gracias a Dios, no es uno de esos abierto por detrás. Al menos, no estoy
desnuda… Aunque eso significa que alguien me lo ha tenido que poner… Agito la
cabeza
“Eso no importa ahora, Kara”, me digo.
Si me encontraron
con la ropa chamuscada, pero la piel intacta, puede que…
“Joder, si supiera algo más…”, pienso, mirando a mi
alrededor en busca de cualquier cosa que pueda darme algo de información.
Y veo un papel. Al
lado de mi lecho. Escrito. Lo cojo. Hay una marca de un asterisco en la esquina
superior izquierda.
Identificación: desconocido. Estado: Magulladuras, cortes cerrados.
Ropa quemada pero sin signos de quemaduras en la piel → ¿?. Fiebre moderada
initerrumpida desde las últimas 2 4 6 8 10 horas.
Se me hiela la
sangre en las venas. Ropa quemada, piel intacta. Fiebre. Eso debe ser lo de que
mi temperatura corporal era más alta de lo normal…
Lo saben.
“Calma…”, me digo, respirando hondo, “Calma, Kara. No tienen
por qué saberlo. Es raro, es una combinación de factores rara, sí. Pero la
gente normal no deduce que puedes manejar el fuego porque tengas fiebre…”
Así que llevo al
menos diez horas aquí… Cortes cerrados, ¿eh? Me toco la cara: en mi mejilla,
hasta la mandíbula, sigue la costra del corte que me hizo el Overseer y que me
curó Elsa.
Miro a mi alrededor.
Nadie parece prestarme demasiada atención. No parece haber nadie vigilándome.
Es posible que no lo sepan. Pero no quiero que lo averigüen…
Chomp, chomp, chomp, chomp.
Un grupo de
militares se acerca marchando. Van
vestidos de camuflaje, con casco y llevan armas de gran calibre. Uno lleva una
cosa muy grande, como para lanzar cohetes o algo así.
Mierda. No puedo
hacer nada contra cinco tipos armados. Me llevaré a uno por delante, y después
me coserán a balas…
El primero me mira.
Mierda.
Lo saben. Vienen a
por mí…
Pero se van.
Suelto el aire muy
lentamente, el corazón latiéndome a mil por hora.
“Joder, joder, joder, joder…”, pienso histérica, respirando
hondo.
No lo saben. Aún. Al
menos, esos que han pasado. O no vienen a por mí todavía.
Me quedo mirando el
papel. Mi vista se clava en las dos interrogaciones que hay tras la nota acerca
de la piel intacta y la ropa chamuscada, y mi inquietud aumenta. Tendrán
preguntas. Que no sabré responder… Después mis ojos vuelan hacia el asterisco
de la parte superior izquierda. ¿Qué querrá decir?
Miro a mi alrededor.
A mi lado hay un tipo dormido. Con cuidado gateo hasta el papel que él tiene a
sus pies, y lo leo. Identificación, desconocido; estado, traumatismo, bla, bla,
bla. Sin asterisco.
Una terrible
sospecha hace presa de mí. A mi otro lado el tipo está despierto, pero no me
presta atención. Miro de reojo su papel, puesto cerca de mí.
Sin asterisco.
Trago saliva,
mirando de nuevo el asterisco de mi papel.
Que si lo saben…
Claro que lo saben.
Me largo de aquí.
Respiro hondo. Estoy
vestida. Mis heridas están cerradas. Lo de la fiebre es mentira. No necesito
atención hospitalaria. No tengo por qué quedarme aquí a que vengan a
preguntarme al ver que estoy despierta por qué mi piel no está quemada. Porque
no tendría ninguna explicación coherente. Me voy. A donde sea, lejos de aquí.
Quizá a otro hospital, otro punto seguro, donde no me encuentren en condiciones
tan sospechosas. Una refugiada más sin nombre.
Ya tengo planeado mi excusa para deambular por
el hospital. Mi objetivo es conseguir dar con una salida, y si doy con ropa por
el camino, mejor. Y no llamar la atención. No quiero que nadie se quede con mi
cara.
Vamos allá.
Me levanto y empiezo
a deambular por el pasillo, dudosamente, mirando en todas direcciones. Cuando
uno de los tipos con el lazo azul al brazo se me queda mirando, hablo para no
levantar sospechas.
-
¿Has… Has visto a una chica con el pelo rubio
largo? Es… mi hermana- miento- ¿La habéis encontrado?
Así puedo intentar
encontrar a Elsa, como bien tengo una buena excusa para ir buscando por el
hospital.
Me gustaría
encontrarla. De verdad. Pero tengo la sensación de que no va a estar aquí. Que
me llamen negativa. Pero si estuviera bien, ella también me estaría buscando.
En ese caso espero que nos encontremos. Si no estuviera tan bien, ella sí que
necesitaría quedarse aquí. Y sí, estaría dejándola sola; pero incluso si
descubren sus poderes no creo que le vayan a hacer nada. Sus poderes consisten
en curar a la gente. Como mucho, le pedirán que ayude en el hospital. No es a
ella a quien van a perseguir con antorchas por peligrosa.
Je. Sería gracioso
que me persiguieran con antorchas.
-
No, lo siento. Pero aquí hay mucha gente. Echa
un vistazo.
-
Gracias…
Se marcha. Demasiado
ocupado para dedicarme una mirada más. Perfecto.
No soy la única que
deambula buscando a alguien conocido, así que no llamo la atención. Avanzo
hacia la izquierda, por donde vino la patrulla militar. Espero que vinieran de
fuera. Escudriño las caras de los de los lechos, y los que los acompañan.
Algunos lloran, otros hablan entre sí, otros toman tristemente la mano de quien
yace en el suelo.
Al cabo de unos
minutos alcanzo la parte final de la carpa. Aquí veo tirados en el suelo a
soldados, por la ropa que llevan. Algunos están sentados, hablando entre sí.
Otros… no. Otros tienen muy mal aspecto. ¿Se habrán hecho estas heridas luchando
contra los robots? Probablemente.
Llego casi al
exterior sin que nadie me diga nada, y me asomo. Fuera hay tiendas de campaña
con estampados militares, unas seis. Y han construido un muro en madera, alto
como dos hombres. Soldados con ametralladoras montan guardia subidos en unas
almenas hechas con cajas de madera. Veo una puerta, pero está cerrada, y hay
soldados puestos al lado. En algún punto el muro ha caído, y ha sido
reemplazada por una barricada hecha con cajas amontonadas y sacos.
En un punto roto de
la valla se ha construido una barricada más baja de lo normal, para que por
encima salga la parte frontal de lo que parece un cañón. No un cañón tirando a
barco pirata. Un cañón tirando a alta tecnología. Se puede ver que tiene una
pantalla y un montón de botones para manejarlo. Dos soldados hablan junto a él.
Y más allá…
Más allá, veo
rascacielos. El enorme planeta del Daily Planet. El rascacielos Infinity. Más
allá, el logo de Lex Corporations. El cielo de Metrópolis.
Estoy en Metrópolis.
¡Estoy en
Metrópolis!
Dios, y si no me
equivoco, estamos en Main Street, a la altura de la avenida 42. ¡Estoy tan sólo
a cuatro manzanas de casa! No estoy tan contenta desde que destruimos al
Overseer.
“Puedo ir a casa. Puedo ir allí, y ponerme ropa, y conseguir
comida, y hacerme con algún arma. Las guantillas que tengo para entrenar. El
bate de béisbol que tengo junto a la cama. Esconderme. Y pegar a lo que venga a
por mí”
Pero respiro hondo.
No puedo salir por aquí. La puerta parece complicada de abrir… Las zonas de
barricada sí que parecen fáciles de trepar, sobre todo desde dentro hacia
fuera. Y seguro que podría trepar a las “almenas” y saltar el muro. Pero hay
soldados por todas partes. Probablemente, aunque sea sólo por mi propia
seguridad, me pedirán que me dé la vuelta…
Suspiro, y eso es lo
que hago: doy media vuelta. Igual tengo más suerte en el otro extremo del
campamento…
Mis ojos se topan
con unos hombres que no he visto antes. Hay tres bomberos, o al menos van
vestidos de bomberos, yaciendo en el suelo. Me los quedo mirando. Ahora que controlo
el fuego, ¿los bomberos son mis enemigos? Agito la cabeza para alejar un
pensamiento tan absurdo de mi mente. Pero me quedo mirando sus ropas amarillas.
Serán ignífugas.
Joder, no podía
conseguir ropa mejor para mí que ropa ignífuga. Si voy a salir ahí fuera… igual
me encuentro con más enemigos. Tendré que utilizar mi don. ¿He pensado “mi
don”? Da igual. Si pudiera…
Uno de ellos parece
tener una herida en el pecho, y tiene la chaqueta y lo que parece una especie
de máscara respiratoria al lado. Vigilo que nadie me mire, y me arrodillo a su
lado. ¿Cómo voy a sacar de aquí una chaqueta amarillo chillón? La máscara me
ocultaría la cara; tiene como cosas para respirar por la parte de la boca, así
que sólo se verían los ojos.
Lo cojo. Todo.
Primero la máscara, que es más pequeña; la cuelo por debajo del faldón del
camisón. La subo hasta mi axila, y la sujeto apretando el brazo contra el
cuerpo. Vale, no es muy sutil porque la forma se adivina. Pero no se sabe qué
es. Luego la chaqueta, hecha un revoltijo, la sujeto con el antebrazo contra el
costado. Me cruzo el brazo por delante del estómago, como si me doliera.
Si no me miran muy
fijamente, no debería llamar mucho la atención. Puede funcionar. Me levanto.
Como el bombero se despierte, me muero…
Oigo una sirena. ¡Joder!
Me giro sobresaltada, temiendo por un absurdo instante que sea una alarma
antirrobo. Fuera se oyen gritos por todas partes, los soldados se apremian unos
a otros, y cuatro de ellos abren la enorme puerta. Me alejo del bombero y, como
otra gente está haciendo al borde del hospital, me acerco a mirar. Una más en
la marea. Un par de todoterrenos con el techo abierto, de estos militares, vienen
con una alarma sonando a todo volumen por la avenida. Aminora la velocidad al
llegar a la puerta y entran al campamento derrapando. Antes de que me dé cuenta
de que podía haber echado a correr, cierran la puerta de nuevo.
-
¿Qué ocurre?
-
¡Hombres heridos! ¡Hombres heridos!
-
¡Llevadlos dentro!
Soldados empiezan a
descargar de los camiones a otros soldados gimientes, los cargan entre dos y
los van metiendo dentro. Tanto yo como el resto de mirones estorbamos.
-
¡Apártense! ¡Vayan dentro! ¡Aquí no hay nada que
ver!
Un tipo me empuja, y
al perder el equilibrio un aspaviento hace que suelte mis cosas. Apresuradamente
las intento coger al vuelo: alcanzo la máscara, pero la chaqueta de bombero se
me cae al suelo.
Que arrastra un
hombre que pasa por el pasillo.
Llevando a un herido
que tienden en el primer lecho que encuentran.
Y el tipo se queda
arrodillado sobre la chaqueta amarilla, diciéndole a su compañero que aguante y
llamando a gritos a un médico.
Me quedo
boquiabierta, impotente ante lo absurdo de la situación. No le puedo decir que
por favor, se levante de mi chaqueta de bombero. Me he quedado sin ella. Agarro
desesperadamente la máscara, aunque no tengo muy claro de qué me va a servir.
Entra más gente, más
soldados, y les hacen hueco incluso donde no hay lechos. La gente habla a
gritos, y yo me quedo mirando sin saber muy bien qué hacer.
-
¿Y el tercer camión?- pregunta un tipo fuera del
hospital con pinta de oficial, o capitán, o general… con pinta de jefe, por
todas las medallas que lleva.
-
Lo volaron. A jodidos cañonazos, señor- responde
otro que se ha quedado fuera con él.
-
¡Necesito vendas! ¡Ya!- grita un médico.
-
Dios… Dios…- gime uno de los heridos.
-
Aguanta, George. ¡Aguanta!- dice el tipo que hay
sobre mi chaqueta.
-
¡Aquí ya no quedan! El resto están al otro lado
del campamento- responde uno con el lazo azul al brazo.
-
¡Eran enormes!- dice uno de los soldados
conscientes.
-
Ya, John. Tranquilo.
-
Que no. Que son de otro tipo, son nuevos.
¡Joder, que podrían mirar a los ojos a alguien de los pisos superiores de los
rascacielos!
-
¿Y qué coño pasa que no hay un almacén aquí?
-
¡Que se han acabado!
-
¡Pues ve a por ellas! ¡O a por camisones, o a
por uniformes!
“¿Uniformes?”
-
Hay uniformes aquí fuera, mucho más cerca que
las vendas- dice un soldado, levantándose.
-
¡Pues ve a por ellos!
Y sale hacia fuera
apresuradamente.
Y le sigo.
El soldado va
corriendo fuera, yo me quedo mirando desde el borde del hospital. Entra en una
tienda. Unos segundos después, sale con chaquetas y pantalones militares, y
vuelve a entrar corriendo en el hospital.
La siguiente que
entra en la tienda soy yo. Creo que no me han visto. Veo dos baúles, uno de
ellos está abierto y veo chaquetas militares. Suelto la máscara y empiezo a
rebuscar alguna que me pueda valer.
Si me visto de
soldado, igual paso desapercibida lo suficiente para acercarme a la valla y
trepar fuera. Dios sabe que es una idea descabellada, pero incluso si tengo que
recurrir al fuego, me vendrá bien tener una ropa más resistente.
Por suerte, los
uniformes tienen tres tallas. En el otro baúl encuentro pantalones, y a toda
prisa me quito el camisón y me pongo un pantalón y una chaqueta cerrada con
cremallera de la talla pequeña. Encuentro mochilas amontonadas en el suelo, y
abro una: un botiquín de primeros auxilios, una botella de agua, munición. Meto
la máscara de bombero dentro y me la echo al hombro.
Estoy escondiendo el
camisón dentro de otra mochila cuando empiezo a oír gritos.
Se me hiela la
sangre en las venas.
Los soldados empiezan
a ladrar órdenes, hay gente que suena alarmada, empiezan a sonar chillidos.
Unos truenos enormes empiezan a sonar, posiblemente el cañón de alta tecnología
puesto en marcha.
Salgo de la tienda.
Todos señalan en
dirección a por donde vinieron los camiones. Los soldados cogen las armas y se
apostan contra la muralla de madera. El cañón está disparando.
Incluso desde aquí
se ve la enorme nave que se dirige hacia el campamento.
“Señor de mi vida”
Me quedo
boquiabierta. Son una especie de arañas mecánicas gigantes. Pero gigantes de
veras. Su cabeza queda a la altura de las cúspides de los rascacielos. ¿Alguien
había dicho algo de poder mirar a los ojos a alguien de los pisos superiores?
Se referían a eso.
Son tres, y vienen
en fila por la avenida, despacio en nuestra dirección.
-
¡Maldita sea! ¡Nos han seguido!
-
¡A las armas! ¡Rápido, rápido!
-
¡Granadas, aquí! ¡Soldados de a pie, listos para
cuando lleguen hasta aquí!
Una de esas cosas recibe
una explosión en la cabeza. Otra explosión más, y el bicho se tambalea como si
fuera un enorme elefante mareado que empieza a girar hacia un lado. Se oyen
vítores en torno al tipo que maneja el cañón cuando una tercera explosión hace
las patas se le doblen y se estrelle contra el suelo.
Quedan dos. Más cerca.
La que va delante de pronto choca
contra algo. Una especie de barrera con forma de cúpula y de color azul se
empieza a vislumbrar en la zona donde la araña lucha por entrar, en vano. ¿Qué
demonios…?
-
¿Por qué no puede pasar?- pregunto a alguien que
anda cerca.
-
¡Es el campo de fuerza que ha puesto la Liga!
¿La Liga…?
Un millón de vítores
me hacen alzar la vista.
Una sombra roja y
azul pasa sobre el campamento.
Y un momento después,
una de las criaturas trastabilla por un golpe directo.
“¡Superman!”, comprendo de inmediato.
Está protegiendo el
campamento de ataques de Brainiac. Dios mío, ¡nunca le había visto en acción…!
¡Si tuviera una cámara! Está tan lejos que apenas le veo, y de espaldas. Sólo
alcanzo a vislumbrar su espalda roja por su capa mientras golpea una, dos, tres
veces a la criatura.
Los soldados
vitorean como locos mientras el héroe de Metrópolis arranca una pata de cuajo y
aporrea la araña gigante con ella, como si fuera un bate de béisbol. Pero
mientras lo hace, empiezan a caer cosas de la máquina.
-
¿Qué es eso?
-
¡Se ha abierto! ¡La tripa de esa cosa se ha
abierto!
-
¡Están cayendo más máquinas!
Dios. Dios. Son
cientos. Guardianes de la nave. Overseers. Y cientos de minimáquinas. Parecen
Overseers, pero en pequeño. Me llegarán por la rodilla, a juzgar por el tamaño
relativo que tienen con los coches aparcados. Pero son cientos.
-
¡Pueden pasar la barrera! ¡Pueden pasar la
barrera!
Los bichos pasan la
barrera y se acercan al campamento. Superman destruye a puñetazos el torso de
la araña, que explota, y antes de que la estructura toque el suelo vuela hacia las máquinas que se acercan a
nuestro campamento. Un rayo de luz roja atraviesa todo el frente, ¡partiendo
Overseers por la mitad como si nada! Todos los Guardianes se le echan encima.
Su fuerza extraordinaria los manda lejos, muchos descuajeringados. Más allá,
queda otra araña gigante. Tras él, la marea de pequeños Overseers se acerca al
campamento.
Entro de vuelta en
la tienda.
Respiro
agitadamente, intentando pensar. Estamos bajo ataque. Pero no nos han
alcanzado. Nadie intentará detenerme si me intento marchar. Superman no parece tener
problemas con los bichos grandes. Y seguro que acaba enseguida con esa segunda
araña… pero no sé si a tiempo de parar la marea de minioverseers. Cuando lleguen
hasta aquí, no sé cuánto les pararán los tablones de madera. O las balas. Ni
qué le harán a la gente.
Pero sé que podría
con ellos.
Pude con un Overseer
en grande. Es probable que estos no aguanten demasiado mis puños de fuego.
Aunque son muchos,
tenemos un cañón. Y soldados. Me cubrirían. No me dejaría la vida en ello. Pero
sí acabaría con ellos antes que los soldados solos, seguro. Igual consigo que
no lleguen hasta el hospital. Igual consigo que haya menos soldados heridos.
“¿En qué puñetas
estoy pensando?”, me digo, consciente de por dónde voy.
Trago saliva. Parte
de mí quiere pelear. Señor, sé que es una locura, pero quiero pelear contra
esas cosas. Ya no sólo por romperlas… Aquí… Aquí la gente está indefensa. Como
yo he estado mucho tiempo… Y es una mierda. Bien sé que es una mierda.
Y puedo ayudar. Miro
mis manos, las hago arder en llamas. Están hechas para destruir. Y destruir es
lo que hace falta ahora.
Hay gente herida.
Enfermeros. Médicos. Pienso en los soldados heridos, en la gente que cogía de
la mano a sus familiares ahí dentro.
…
Me pongo la máscara
de bombero.
Dios, qué mierda.
Veo los respiraderos delante de mí. Así no veo nada. Me la intento volver a
quitar, y la tela de debajo se me enreda. Me doy cuenta al sacármela de que
tiene dos piezas. Alargo la mano y tiro de una tela que hay dentro, se separa.
Parece que la máscara consta de la escafandra esta para respirar en el humo, y
que por dentro tiene una especie de capucha con solamente un agujero para los ojos.
Me pongo la capucha
y me recoloco el agujero en torno a los ojos.
Salgo.
-
¡Cuidado, cuidado!
-
¡Que vienen!
-
¡Arreglad ese cañón, vamos!
-
¡Vienen en oleadas!
Los soldados
disparan ráfagas furiosas hacia los bichos que se acercan. Retroceden de la valla,
sin dejar de disparar; decenas de bichos trepan como si nada por encima de la
madera y entran en el campamento. La gente del hospital empieza a gritar. Los
soldados con armas de fuego se retiran a formar una ordenada segunda línea de
fuego, mientras otros corren hacia delante con porras metálicas a cargar contra
esas cosas.
Echo a correr.
A mi alrededor
esquivo soldados, arremeto contra la segunda línea de fuego para poder pasar. Alguien
me grita “¡Eh! ¿Qué haces con eso puesto?” No le hago caso. Llego hasta el caos
de hombres aporreando pequeñas máquinas.
Y con un grito de
rabia primal, descargo desde arriba un puño envuelto en fuego.
Ah… La sensación de
tener el fuego en mis manos es casi tan buena como notar el metal haciéndose
trizas bajo ellas.
Crac.
Y se queda estampado
en el suelo, despatarrado.
Dios. ¡Dios, qué
fácil es!
Tras quedarme
atónita un instante, me doy cuenta de que tengo decenas de blancos. Bichitos
avanzando hacia mí, olvidándome y yendo hacia detrás de mí. Por todas partes…
Voy a por otro. ¡Crac! Se deshace igual de bien que el
primero. Otro a su lado me salta al brazo aún extendido: un manotazo con la
otra mano ardiendo lo lanza contra el muro, contra el cual se le descalabran
las patas y al caer al suelo ya no puede avanzar. Estampo a otro contra el
suelo.
-
¿Qué demonios estáis mirando? ¡Ayudadle, vamos!-
oigo al capitán de antes.
Me giro, y veo que muchos
soldados se me han quedado mirando. Y que hay un montón de minioverseers
alrededor mío. ¡Mierda, no me he dado cuenta! Pero unos cuantos cargan con sus
barras de metal y enseguida dejo de estar rodeada.
Los que llegan a mi
altura me miran con extrañeza, pero parecen contentos.
Vienen más.
Cargo contra ellos.
Esto es mucho más
divertido de lo que recordaba. No hay nada como poder destruir un montón de
robots a dos manos sin que te hagan polvo como en la nave. Supongo que estos
están hechos para pegarse con la población civil, que poco van a poder hacer.
Pero no parecen resistentes a mis puños de fuego.
Dios. El corazón me
late a mil por hora. Un extraño júbilo se apodera de mí. Lo consigo. Consigo
acabar con estos bichos. No pueden conmigo. No llegan hasta la gente del
hospital, detrás de mí. Parte de mí no terminaba de creerse que fuera a poder.
Me siento tan poderosa que suelto una carcajada.
De pronto parece que
hay menos, y me quedo jadeando un momento.
-
¿No hay más?- grita alguien.
-
¡Viene otra oleada!
Corro a la valla y
me subo a las cajas, jadeando y con el corazón desbocado. Superman está
entretenido lanzando Overseers y Guardianes unos contra otros. No deja que
ninguno se nos acerque. Sólo vienen los más pequeños, contra los cuales un buen
disparo está visto que funciona. La otra araña ha caído ya.
Siseo de dolor, agarrándome
la mano derecha. Me duelen los nudillos. Al mirarlos, veo que sangran. ¡Un
huevo! Maldita sea. Se me han abierto las heridas otra vez.
-
¡Que vienen, que vienen!
Alzo la vista,
alerta. ¡No es momento de distraerse!
Dejo que los soldados retengan un poco la
oleada a base de tiros. Se cargan a unas decenas, eso hay que reconocerlo. Pero
son muchos. Acaban sobrepasando su línea de fuego. Me echo para atrás, como los
demás, cuando empiezan a trepar por el muro.
Uno me salta a la
espalda. ¡Aargh! Suelto un grito de dolor al notar unas pinzas clavárseme en mitad
de la espalda. ¡Dios!
-
¡Es una chica!- dice alguien.
¡No llego! Noto cómo
me suben por las piernas, ¡y me muerden! ¡No! Aprieto ambos puños a los lados
de mi torso y con un rugido, el fuego recorre todo mi cuerpo furiosamente.
Chillidos de metal y sonidos de chispas mientras pierden agarre y caen.
Me quedo un momento
jadeando. ¡Madre mía! ¡El corazón me va a estallar! ¡Pero hay tantos! ¡Están por
todas partes!
Destrozo a otro. Y
otro. ¡Y otro! Cada vez que veo una masa grisácea metálica, la golpeo con la
mano envuelta en llamas, y echa a volar lejos de mí o se descuajeringa contra
el suelo. Fwoosh, fwoosh, suena el fuego cada vez que
surca el aire. Ocurre tan rápido que apenas veo lo que pasa. Sólo sé que lanzo
golpes a diestro y siniestro, y que muchos aciertan.
…
Me detengo. ¿Qué
pasa? ¿Dónde…? No parece haber más enemigos. Miro a mi alrededor. Los soldados
que había a mi lado hace un momento no son los mismos.
“¿Cuánto tiempo llevo luchando?”
No lo sé, me doy
cuenta de pronto. No tengo ni idea. Me sobreviene un súbito cansancio mientras
mi inquietud aumenta. ¿He vuelto a perder el control?
Alguien me palmea la
espalda, devolviéndome del todo a la realidad. A mi alrededor la gente vitorea.
Parece que los soldados están de fiesta. Me acerco a la valla y trepo a las
cajas: no vienen más. Superman ha terminado con los grandes, y está terminando
con los más pequeños, que ahora no llegan ni a acercarse al campamento.
-
¡Lo hemos conseguido!
-
¡Claro que sí!- ruge alguien a mi lado.
Los vítores se
extienden al hospital. Sonrío, rodeada de soldados que alzan las ametralladoras
hacia el cielo.
Lo he conseguido.
¡Lo he conseguido! ¡No han alcanzado el hospital! Río y cierro los puños,
envueltos en llamas, ¡contenta!
-
¡Orden, orden!- exclama el general, o capitán, o
lo que sea de antes- ¡Todos alerta! Podríamos tener otro ataque pronto. ¡Id a
recargar munición, muchachos! ¡Y arreglad ese jodido cañón!
Veo que el general
se me aproxima. Viene hacia mí.
Y me acuerdo de
pronto, de que yo iba a salir de aquí. Iba a largarme para evitar preguntas.
Para evitar que me hagan daño. Y el júbilo se me congela, y retrocedo un paso.
Sigo en las cajas que hay junto al muro, en las “almenas”.
Miro al hospital… Si
Elsa hubiera estado allí dentro en condiciones decentes, hubiera salido a
pelear conmigo. Me hubiera reconocido, y al menos me hubiera hecho señas, o…
“No está aquí. Asúmelo ya”
-
Gracias por la ayuda- dice al llegar hasta mí-
¿Quién eres?
Me le quedo mirando.
Tiene el pelo ya entrecano, y me mira con cautela. No sabe quién soy.
Ni quiero que siga
sabiéndolo.
No lleva armas a la
vista.
Me doy media vuelta,
salto la valla de madera, y echo a correr hacia los edificios. Antes de que se
dé cuenta, antes de que reaccione…
-
¡Eh, alto! ¡Alto, he dicho!- grita una voz
autoritaria.
Me detengo en seco,
y me giro. Un soldado me apunta con su arma. Otros se le unen.
Trago saliva,
asustada. Se acabó. No me tenía que haber quedado…
-
Baja tu arma, soldado. Es una orden.
Miro al general. Me
mira fijamente mientras los soldados bajan las armas. Asiente con la cabeza,
como agradeciéndome su ayuda. O como diciéndome que puedo irme.
Asiento de vuelta, y
sin dejar de mirarles, empiezo a andar. Cuando veo que no me disparan, empiezo
a correr, sin mirar atrás.
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Creo que este es el capítulo que más me ha gustado hasta ahora :) Kara ya empieza a disfrutar de sus nuevos poderes y se ha lucido bien!
ResponderEliminarEstá bien el cambio que has hecho con lo de Elsa, que así parece que al menos le importa un poco más. Y me encanta eso de "Je, sería gracioso que me persiguieran con antorchas" xD
Bueno, ahora a esperar con ganas el siguiente! :D